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Análisis

Putin gana

El peligro es que, si esta operación le sale bien y el precio le resulta asumible, eso puede animar al presidente a ruso a seguir buscando para su país el peso geopolítico que un día tuvo la URSS

El presidente ruso, Vladimir Putin.

Al menos a corto plazo. Me molesta reconocerlo pero es lo que pasa cuando uno combate con reglas y otro se las salta dando golpes prohibidos. Y cuando uno está dispuesto a llegar al final sin importarle el coste y a otros nos cuesta poner muertos encima de la mesa. Y cuando uno no tiene que rendir cuentas a nadie de sus acciones y otros tenemos parlamentos y opiniones públicas. No quiero para nada insinuar que los sistemas totalitarios son mejores aunque ciertamente en ocasiones, como la actual en torno a Ucrania, pueden sacar mejor partido a sus bazas porque no están sometidos a reglas ni constreñidos por consideraciones éticas. Puro Maquiavelo, aunque no sea el mundo en el que deseemos vivir.

No me cabe duda de que, a corto plazo, Putin gana en todos los escenarios posibles y en todos pierde Ucrania. Y también perdemos los demás. Putin ha evaluado los riesgos y ha llegado a la conclusión de que ante domeñar a Ucrania vale la pena enfrentar las sanciones con las que le amenazamos europeos y americanos. Por tres razones, al menos: porque a ello le anima la experiencia de Crimea, donde ha padecido el impacto de otras sanciones, quizás menores pero que ha capeado, y ahora Rusia es dueña de la península y de la importante base naval de Sebastopol; porque dispone de un colchón de 600.000 millones de dólares en reservas, que le permiten aguantar durante un tiempo el impacto de nuestras sanciones; y, en tercer lugar, porque piensa que las sociedades democráticas nos hartaremos antes que ellos de pasarlo mal. Porque los rusos están acostumbrados y nosotros no, y porque nuestros gobiernos tienen que atender a los cambios de humor de la opinión pública y en Rusia eso no sucede. 

Y, a corto plazo, tampoco me cabe duda de que Ucrania siempre pierde, aunque ignoro cuánto pues desconozco las intenciones de Putin. Ucrania puede perder las provincias díscolas de Donetsk y Lugansk en todo o en parte, puede perder una franja costera que una a Rusia con Crimea, puede perder todo su territorio que sería absorbido por Rusia, o puede acabar con un Gobierno títere en manos de Moscú, como ya sucede en Bielorrusia. Kiev pierde siempre porque nada puede militarmente contra el coloso ruso por mucho valor que le eche, y porque nuestras declaraciones indignadas no impiden el avance de los tanques que le envía Moscú. Ucrania necesita más que declaraciones y ahí Rusia también nos gana, porque está dispuesta a poner muertos para conseguir sus objetivos y nosotros no estamos dispuestos a morir por Ucrania. Así de claro.

Y, si tocamos las sanciones, las que por ahora imponemos a Rusia le hacen daño pero no lo suficiente como para que cambie de actitud. De momento, hemos evitado apartar a Rusia del sistema Swift de transacciones financieras internacionales y de boicotear su gas y petróleo. Porque eso, que haría mucho daño a Rusia, también nos lo hace a nosotros. Sin el petróleo y el gas ruso su precio se dispararía aún más y eso dañaría a nuestras empresas y a nuestros bolsillos. Es cierto que peor lo pasarían los rusos, pero ellos no cuentan para el Kremlin mientras que la indignación en nuestras sociedades, por la subida del precio de la luz y de la gasolina, sería imposible de desoír para nuestras autoridades. Y si no fuera porque Moscú necesita vender gas y petróleo para comer, serían ellos los que tendrían ahora la tentación de dejar de vendernos o reducir los flujos de sus exportaciones en la seguridad que el descontento de nuestras sociedades impactaría a muy corto plazo sobre la conducta de nuestros gobiernos.

Prueba de lo que digo es que cualquier día de la semana pasada europeos y americanos compramos a Rusia 350 millones de dólares de petróleo y 250 millones de gas. 700 millones de dólares cada día sin contar otras compras de litio, oro, aluminio o cereales. O sea que, hasta cierto punto, le estamos financiando la invasión de Ucrania mientras sancionamos, eso sí, a parlamentarios y a algunos bancos. 

El peligro es que, si esta operación le sale bien y el precio le resulta asumible, eso puede animar a Putin a seguir buscando para Rusia el peso geopolítico que un día tuvo la URSS. Y esa sería la peor noticia para Europa y para el mundo.

Pero no hay que desanimarse porque la invasión tiene para Putin un coste muy alto en términos de imagen, aunque difícilmente cuantificable. La brutalidad de su agresión prefigura un mundo multipolar sin reglas y muy poco atractivo donde predomina la ley del más fuerte, que es algo que conviene a muy pocos. De entrada, ha revitalizado a una OTAN que atravesaba momentos bajos, ha reforzado la relación trasatlántica, muy tocada durante los años de Donald Trump, y a mostrado una unidad sin fisuras entre los europeos, que es algo que llevaba años sin suceder. Por eso Rusia puede ganar a corto plazo pero pierde a medio o largo plazo. Y la más perjudicada será la sufrida sociedad rusa, políticamente aislada y económicamente machacada por la megalomanía de un autócrata que ha jugado sus cartas despiadadamente y al que no hemos sido capaces de parar a tiempo.

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