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Editorial

Putin cruza todas las líneas rojas

La invasión de Ucrania desencadenada por el presidente Vladímir Putin conlleva una fractura radical del statu quo en Europa, debería activar todas las alarmas para garantizar la seguridad en el continente y es una vulneración flagrante del derecho internacional. La farsa montada por el Kremlin durante las últimas semanas para presentar a los finalmente agredidos como agresores hasta llegar al reconocimiento de la independencia de los territorios de Donetsk y Lugansk, ocuparlos militarmente e iniciar el ataque en la totalidad del territorio ucraniano obedece a la voluntad de un autócrata decidido a restaurar, siquiera sea parcialmente, la capacidad que en su día tuvo la Unión Soviética de condicionar la seguridad europea en un mundo bipolar. Un tiempo añorado por Putin, aderezado hoy con su propósito de sembrar la división en el seno de la Unión Europea, aunque en su reciente discurso en que culpó a Lenin de haber roto la comunidad histórica entre Rusia y Ucrania más bien pareció un émulo del imperio zarista que de la desaparecida URSS.

La víctima propiciatoria dentro de este marco de referencia es Ucrania, que recibe el impacto de los designios de Putin por haber ambicionado su vinculación con la UE y con la OTAN, pero sin resortes para guarecerse del ataque al no ser miembro de la Alianza Atlántica. Víctima en primerísima instancia de Putin, pero también de las ambigüedades de Occidente. Por más vueltas que se le den, el Gobierno ucraniano carece de los recursos mínimos necesarios para hacer frente a la arremetida del poderoso Ejército invasor. Uno de los propósitos del presidente ruso es liquidar la Administración de Volodímir Zelenski y sustituirla por otra afecta a sus intereses y sin autoridad en el Donbás y áreas circundantes de mayoría rusófona. Pero el presidente ruso no se queda ahí. Ahora amenaza a Finlandia y Suecia si entran en la OTAn. Todo es posible en la mayor crisis de seguridad que afronta Europa desde la desintegración de la antigua Yugoslavia.

Ante esta situación, sin renunciar a la vía diplomática, la respuesta occidental no puede ser ni simbólica ni dubitativa. Las sanciones que se decidan en el marco del Consejo Europeo, coordinadas con las que impongan Estados Unidos y el Reino Unido, deben tener la contundencia, profundidad y efectividad necesarias para que la economía rusa deba enfrentar una situación poco menos que imposible. Es evidente que de tener el impacto previsible, el castigo repercutirá negativamente en nuestra economía -encarecimiento de la energía, de diferentes materias primas, inflación-, pero cabe considerar que se tratará de un mal menor para alcanzar el objetivo de contener la estrategia expansiva de Moscú. Quizá fue un grave error de cálculo de la OTAN abrir la puerta al eventual ingreso de Ucrania, o hacerlo y no llevarla a la práctica hasta que fuese un hecho consumado, pero Putin ha cruzado todas las líneas rojas imaginables.

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