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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Democracia y guerra

Si proporcionas armas a un Estado que está sufriendo una invasión militar estás, de facto, a un paso de entrar en guerra, y la Unión Europea es lo que va a hacer según informó Josep Borrell, alto representante Política Exterior. La Comisión ha decidido conceder a Ucrania 450 millones de euros en armamento y otras 50 millones en «material no letal», que seguramente se entregará a través de un corredor con la frontera polaca. Después de un despliegue de medidas inusualmente amplias y contundentes (bancarias, tecnológicas, económicas) llega ahora la ayuda militar directa. Aunque no se vehiculen a través de la OTAN, sino de la Unión Europea, la doctrina militar rusa – como la de muchos otros Estados –considera que si un país o varios facilitan apoyo armamentístico a otro con el que se mantenga un conflicto abierto, pasan a ser considerados objetivos militares. También es cierto que tal doctrina establece que solo se utilizará el arsenal nuclear si la misma existencia de la Federación Rusa está en peligro cierto, pero quien lo decide no es el parlamento, ni la junta de jefes de Estado Mayor, sino directa y exclusivamente el jefe del Estado, es decir, el propio Vladimir Putin.

Desde el mediodía de ayer se habla de unas negociaciones inmediatas entre los gobiernos rusos y ucraniano que no terminan de concretarse. Ucrania quiere un alto el fuego inmediato para empezar a hablar y Rusia pretende que Ucrania ceda en algo incluso antes de iniciar cualquier negociación para decretar un alto el fuego. O eso dicen que se dice. Porque, ¿cómo un Gobierno va a sentarse a negociar con un invasor mientras ese invasor –precisamente -- se ha lanzado a la busca y captura del presidente de ese Gobierno para detenerlo y eventualmente volarle los sesos? Lo peor es la prolongación de esta situación. Cada día que pasa es un día que se suma para convertir en irreversible esta situación y cronificar la crisis, lo que sin duda era uno de los escenarios planificados por Putin y su élite criminal: o una guerra relámpago que consiguiera en una semana la caída del Gobierno de Kiev y la apertura de un veloz proceso de satelización de Ucrania o transformar la invasión en una crisis política y militar autogenerada que puede durar meses y meses. Es harto dudoso que el presidente ruso no hubiera pronosticado las sanciones de la Unión Europea y Estados Unidos. Vaya, imaginarse a Putin sorprendido por las decisiones que se están tomando en Washington y en Bruselas es considerarlo un oligofrénico. No lo es. En última instancia puede o cree que puede aguantar en el poder aunque el precio material para su pueblo sea elevado. Es lo que tienen las dictaduras. Con excepciones, y en particular en el último medio siglo, saben aguantar mejor una guerra, con el terror, el dolor y el sucio envilecimiento que trae consigo.

Las democracias, en cambio, las llevan mucho peor. En democracias como las europeas, donde llevan generaciones contándole a los ciudadanos que la paz perpetua kantiana está al alcance de la mano y la violencia militar quedaba excluida para siempre del continente después del fin de los regímenes comunistas, la guerra es casi literalmente impensable. La guerra es un titular, o un tuit, o un meme, o unos edificios iluminados puerilmente con los colores de la bandera de Ucrania. No. La guerra es destrucción, crueldad, hambre, rabia y resentimiento, pavor y pobreza. La guerra es el encanallamiento de vencedores y perdedores. ¿Los europeos pueden enfrentarse a eso después de dos años de crisis sanitaria, económica y social? ¿Puede enfrentarse a una paralización de su recuperación económica? ¿Lo puede hacer España, está dispuesto a hacerlo Canarias, cuya economía ha sufrido uno de los mayores destrozos de la UE desde la primavera de 2019 hasta anteayer? ¿Sabemos lo que podemos aguantar, lo que quizás tengamos que hacer y –sobre todo -- cómo podremos preservar principios democráticos y derechos cívicos en el áspero e inestable mundo que nos espera?

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