La Provincia - Diario de Las Palmas

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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Las Victorias

En la incansable búsqueda de nuevos pastos para nuestra cofradía gastronómico cultural de San Millán hemos dado con un inesperado refectorio en la calle la Naval. Regentado por madre e hija, ambas Victoria de nombre y originarias de Toledo, se ha convertido, gracias a sus sabrosos guisos caseros en una apuesta segura y recurrente. Si el santo grial era por fuerza un modesto cáliz de madera labrada a mano, el figón de las Victorias tiene el mismo engañoso aspecto de taberna rural, pero de cuya minúscula cocina nacen unos platos bendecidos por el buen hacer de Victoria madre. Y viene un poco a cuento este pregón porque el otro día se nos aclaró la génesis de la buena mano de Victoria en el cocido toledano o el guiso de alubias. Con una modestia plagiada de su restaurante nos estuvo explicando sus andanzas entre fogones desde su más tierna infancia, en su colaboración en las monterías de su tierra, en su aprendizaje en el corte de las carnes, en la sabiduría culinaria contagiada de sus mayores. Y curiosamente este aprendizaje, esta experiencia vivida con intensidad y dedicación por fuerza había de abocar a estos platos exquisitos que con los escasos medios disponibles participaban de la magia que les imprimía nuestra Victoria prestidigitadora.

Pero a lo que iba; en el mismo almuerzo en que se nos confesó nuestra cocinera, se nos sinceraron también tres de nuestros cofrades, originarios todos ellos de la meseta peninsular, sobre sus propias experiencias de infancia y adolescencia. Y siendo hijos del campo, en este caso tierras de Cuenca, Zamora y León coincidieron en la dureza de los años niños, muy poco distintos de la vida en la edad media: en invierno una lumbre fija en la cocina, calefactor central de la casa. Unas habitaciones heladas y una higiene primitiva buscando agua de un balde al exterior del que había que romper a veces la capa de hielo. Y luego el posterior relato de la huida del campo y el esfuerzo y el sacrificio para sacar adelante unas carreras, en algún caso gracias al providencial recurso al seminario. Hasta conseguir, con talento e implicación, alcanzar metas de excelencia en sus respectivos ámbitos de actuación.

Porque las claves del buen hacer de nuestra Victoria, o los éxitos profesionales de nuestros tres cofrades no son ningún secreto. La experiencia, las distintas vivencias, disfrutadas o sufridas, los conocimientos paulatinamente incorporados y asimilados, la dedicación y el amor propio personal no son tan diferentes entre la trayectoria de nuestros cofrades o la de nuestra chef, secundada por su hija, como encantadora jefa de sala.

Y si me permiten, aún a riesgo de repetirme de anteriores artículos, me viene siempre a la mente una frase de André Malraux que sintetiza esta receta para la excelencia, esta asimilación plena de lo vivido.

Un propósito que constituye sin duda toda una filosofía de vida, de realización del potencial de cada uno; «transformar en conciencia una experiencia tan amplia como sea posible».

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