La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Moll

Mi afectuoso adiós a Tomás Hernández Pulido, un hombre recto y discreto

El fallecimiento de Tomás Hernández Pulido renueva en la memoria un hecho tan significativo como fue el de mi incorporación activa al mundo apasionante de la comunicación social. Con él negocié en 1978 el paso de Editorial Prensa Canaria a una nueva propiedad, la representada por Niceto Flores Ganivet y por mí, únicos en dar respuesta ejecutiva a la venta de la entidad canaria decidida por su presidente, Matías Vega Guerra.

En las reuniones y conversaciones previas con Tomás, tuve la satisfacción de conocer en profundidad a un hombre inteligente y enamorado de la empresa periodística que él había sabido regir como consejero- delegado. Mis 28 años de entonces, en diálogo con un capitán de empresa mucho mayor y de largo recorrido gestor, no abonaban un intercambio siempre grato, aunque sí leal a los objetivos de ambas partes.

Hablamos mucho de la naturaleza específica de la empresa periodística, la realidad económica y social de Canarias, las características humanas del mercado de la venta de ejemplares y la captación de publicitaria, la competencia en aquellos tiempos y, en general, todo aquello que debería conocer un nuevo editor.

Aunque no era partidario de la venta, siguió con absoluta lealtad la decisión de Matías Vega, y comprendí que sus comentarios también eran leales a mi necesidad de información. Todo ello, aunque queda dicho, generaba algunas diferencias de criterio que no acertaba a ocultar, lo que dio seguridad a mis ideas y facilitó un acuerdo global definitivo.

El muy estimado Tomaso (su apelativo familiar y amical) situó siempre en primer lugar el deseo de que La Provincia y Diario de Las Palmas conservasen su presencia en la mañana y la tarde de Las Palmas, así como mantener un crecimiento como el que se produjo.

Lamento muy sinceramente la ausencia de este grancanario íntegro, cuya vida ha sido tan larga como honorable. Admiré su inteligencia, su manera sutil de negociador, su integridad humana y, especialmente, su discreción. Ante la renovada empresa, nunca trató de influir en decisiones que ya no eran de su albedrío, ni apartar del buen camino a los profesionales que habían compartido su mandato y personalmente seguía estimando. Por el contrario, discreción absoluta, lealtad a lo pactado y permanencia lectora con los peródicos que amaba.

Mi más fectuosa condolencia a sus hijos y nietos. Descanse en paz después de una vida tan recta y leal.

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