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Pilar Galán

Reflexión

Pilar Galán

Peligro. Clásicos sueltos

Leo entre el enojo y el hastío la tribuna de prensa de Jover y Linares, coautoras del nuevo currículo de Lengua castellana y Literatura, o sea, de lo que vamos a enseñar ya en septiembre.

En su tribuna, entre otras lindezas indignas de quien ha trabajado en un centro educativo, dicen que los adolescentes odian la lectura por culpa de los profesores que se empeñan en hacerles leer a los clásicos a los catorce años.

Desconozco la edad de las autoras, ni el tiempo que pasaron dando clase o en qué instituto, pero sí conozco la realidad de los centros educativos de mi comunidad, y la labor de sus departamentos de Lengua y Literatura que se quiebran la cabeza cada año para ofrecer lecturas adecuadas a los alumnos de secundaria. Ellas proponen Harry Potter y avanzan como algo novedoso que se proyecten películas, como si ese recurso no estuviera utilizándose ya en los centros hace décadas. Esto suena un poco a la invención de la rueda, una vez más, y a la defensa de las nuevas tecnologías que no son ya nuevas, y llevan usándose en nuestras aulas años y años. También suena un poco a defensa de la enésima reforma educativa que entre otros logros conseguirá que un alumno de primero de la ESO con doce años sepa ya que va a tener el mismo título tanto si se esfuerza como si no. Entonces, qué más da lo que lea, qué más da lo que aprenda si puede elegir trabajar la mitad porque va a obtener lo mismo. Pero no quería hablar de la reforma, sino de la supuesta modernidad de creer que los clásicos son un peligro que aparta a los niños de la lectura. Todo depende de cómo se den de leer y sobre todo de qué libros se elijan. El Lazarillo les gusta, una vez que se lo explicas, y las leyendas de Bécquer suelen atraparlos, igual que los cuentos de Poe. Y el teatro, la poesía, y hasta el pobre Quijote tan denostado por los adalides de la simpleza llegan a los alumnos sin problemas, solo hay que saber cómo. Se trata de leer capítulos escogidos o explicarlos. Leer el Quijote se ha convertido en la nueva lista de los reyes godos, como si la maravillosa facilidad con que Cervantes convierte nuestro idioma en un regalo fuera algo que debiéramos olvidar, por antiguo. Antiguo es también Delibes, por supuesto, y Cela, y Galdós, una rémora del pasado. Ya no hablo, por aburrimiento, de que la culpa sea siempre de los profesores, como si en casa no se pudiera hacer nada por fomentar el gusto lector, pero sí estoy de acuerdo con que la literatura no puede ser solo un catálogo de obras y de autores. La solución a esto último es fácil: no nos obliguen a hacerlo. Reduzcan los temarios, no pretendan que un alumno de segundo de Bachillerato ingiera y digiera a la vez un contenido que olvidará en cuanto acabe la selectividad. Y eso, las autoras del nuevo currículo podrían haberlo intentado. Vamos a centrarnos en pocos autores y pocas obras, vamos a hacerlo bien para poder leer sobre lo que estamos estudiando. En vez de eso, han elegido criticar a quienes tenemos que adaptarnos cada reforma a las locuras que nos vienen impuestas. Y aun así, los profesores que yo conozco, que son muchos, se parten la cabeza para dar de leer, para atrapar a los alumnos, y además para acabar los interminables temarios que, repito, no diseñamos nosotros. Aun así, a pesar de la nueva inquisición que destruye sin construir nada a cambio, y de los intentos de hacernos creer que un chico de quince años no puede leer algo más complejo que Harry Potter, el sol no gira alrededor de la tierra y esta se mueve, vaya si se mueve. Solo hay que alejarse de los despachos, y bajar los peldaños que llevan a cualquier aula donde Bécquer, A. González, Lorca y hasta Garcilaso siguen emocionando más que Maluma, y encima escriben mucho mejor, mal que les pese a algunos.

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