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Pedro S. Limiñana

Luces de trasnoche

Pedro S. Limiñana

¿Hasta un pueblo de demonios?

La paz es un deber de la razón pura práctica, un deber moral, pero no es el estado natural de los hombres, sino que debe ser instaurada por la vía del derecho. Esto es lo que afirma Immanuel Kant en su célebre ensayo Hacia la paz perpetua. Un esbozo filosófico, donde se esmera en señalar cuáles han de ser las condiciones para alcanzar una paz duradera. Como se sabe, Kant es el filósofo más destacado de la Ilustración y uno de los más importantes de toda la historia de la filosofía universal y, curiosamente, este filósofo alemán (aunque entonces Alemania no existía como la conocemos hoy) era de Königsberg, una ciudad a la sazón prusiana que actualmente forma parte de Rusia, miren ustedes por dónde. Y es que el baile de fronteras como consecuencia de las guerras ha sido una constante en Europa durante siglos. Anécdotas aparte, lo cierto es que Kant pensaba que a través del derecho sería posible que alcanzara la paz perpetua incluso un pueblo de demonios con tal de que estos fueran seres racionales, seres con entendimiento.

Lo primero para alcanzar la paz, en este caso interior, es que se funde el Estado republicano, aquel en el que los individuos son al mismo tiempo súbditos y ciudadanos, es decir, donde la ley es la misma para todos y obliga a todos (los súbditos) por igual, pero donde, al mismo tiempo, cada uno (como ciudadano) solo obedece aquellas leyes a las que ha dado su consentimiento. De este modo, se respetan los principios de igualdad y libertad jurídicas imprescindibles para lograr la paz perpetua dentro del Estado, así como para evitar la guerra contra otros Estados. Y es que en la constitución republicana son los ciudadanos los que han de decidir si ir a la guerra o no, a sabiendas de que serán también ellos los que acarreen con los costes y sufrimientos de la misma. Nada que ver con los Estados en los que los súbditos no son ciudadanos, donde, según denuncia Kant, «la guerra es la cosa más sencilla del mundo, porque el jefe del Estado no es un miembro del Estado sino su propietario, la guerra no le hace perder lo más mínimo (…) y puede, por tanto, decidir la guerra, como una especie de juego, por causas insignificantes».

A la luz de la invasión de Ucrania, se diría que Kant tenía razón en este punto, pues todo indica que Putin se comporta como si fuera el dueño de Rusia y, de hecho, hablamos de la guerra de Putin contra Ucrania. Por lo demás, para garantizar la paz entre los Estados, Kant insiste en que se debe constituir una federación mundial de Estados libres, de modo que las relaciones entre los miembros queden reguladas por el derecho de gentes y que los ciudadanos de cada Estado puedan transitar libremente por el territorio de los demás Estados, que es lo que Kant llamaba derecho cosmopolita. Y ante el fracaso de la ONU y del derecho internacional, instrumentos incapaces de evitar las guerras, y de la mala gestión de los movimientos migratorios en el mundo en general, y en Europa en particular, solo podemos concluir que el derecho, contra lo que señala Kant, se ha revelado insuficiente para lograr la paz perpetua, acaso porque a los demonios que a veces somos los seres humanos nos falta el entendimiento necesario para doblegar nuestra voluntad autodestructiva.

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