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Julio Llamazares

Caleidoscopio

Julio Llamazares

Polvo sahariano

En la sucesión de catástrofes que baten el mundo de un tiempo para acá (una pandemia, un volcán, una guerra…) faltaba una tormenta de polvo sahariano para que el panorama fuera definitivamente lo más parecido a la Biblia y, más concretamente, a ese Apocalipsis al que últimamente se refieren tantos sin imaginar que el apocalipsis pueda llegar de verdad. De repente, hace unos días, una capa de polvo sahariano cubrió la península ibérica consiguiendo que todo el mundo hablara de ella y produciendo unos efectos cromáticos impensables sin su presencia: nieve roja, cielos anaranjados como en las fantasías de Disney, ciudades sumergidas bajo un polvo de ladrillo, campos cubiertos de barro caído del cielo en vez de emergido de ellos…

Quizá por la presencia de ese polvo sahariano que nos recordaba a todos nuestra cercanía a África Pedro Sánchez cruzó el Estrecho y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se inclinó ante el rey de Marruecos y dio un paso tan inesperado como sorprendente: después de 45 años defendiendo el derecho de los saharauis a la autodeterminación, un gobernante español aceptaba la propuesta de Marruecos, que es la de la autonomía del Sahara, lo que equivale a asumir su marroquinidad. A falta de que Pedro Sánchez lo explique, si es que puede (a los primeros que tiene que convencer es a sus propios seguidores), nadie acierta a descrifrar las razones que le han llevado a tomar una decisión así, un cambio de dirección que no solo traiciona la postura mantenida por España desde la descolonización del Sahara Occidental sino que a la vez se enfrenta a la de la propia ONU, que aprobó hace ya tiempo una resolución que exige a Marruecos realizar un referéndum en la antigua colonia española para que los saharuis decidan su destino y que contó con el voto de España y, en otro plano de la estrategia geopolítica, a los propios intereses de un país como el nuestro que depende del gas de Argelia para sobrevivir y más en estos tiempos de crisis energética mundial. Y ya sabemos que Argelia y Marruecos son enemigos, entre otras razones por el asunto del Sahara.

¿Qué ha pasado para que Pedro Sánchez, cuya palabra ciertamente no es garantía de fiabilidad como ya ha demostrado en más ocasiones, de repente haya cambiado de opinión y haya acudido a Rabat a entregarle al rey de Marruecos las llaves del Sahara en una escena que recordaba mucho a la del famoso cuadro de las lanzas de Velázquez o al de La rendición de Granada de Francisco Pradilla? El día 30 el presidente del Gobierno nos ha emplazado en el Parlamento para explicarlo, pero uno tiene serias dudas de que pueda convencer no ya a los diputados de los partidos de la derecha, que ahora le critican que apoye lo que ellos defendieron siempre (¿qué dices tú, que me opongo?), sino a los de la propia izquierda, que le recriminan tanto su repentino cambio de posición como que no haya informado de él ni siquiera a sus socios de gobierno de Podemos. Así gobiernan los dictadores le ha llegado a recriminar alguno y no le falta razón en ello.

A la espera de ese día y de las explicaciones que Pedro Sánchez nos dé, uno en lo que de verdad confía es en que esta nueva tormenta que se une a las varias que España y el mundo entero afrontan desde hace tiempo no acabe por cegar a este país que no sale de una y se mete en otra como ocurrió con sus paisajes estos días de atrás.

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