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El ojo crítico

Recordando, yo también, a Miguel Hernández

Me resulta muy difícil, en los ochenta años de la muerte del poeta Miguel Hernández, tratar de escribir algo que merezca la pena ser leído si echo la vista atrás y recuerdo, aunque solo sea una mínima parte, todo lo que he leído acerca de la vida y la muerte de Miguel Hernández en los últimos treinta años. Gracias a los investigadores de su obra y de su vida hoy en día cualquier lector interesado puede seguir los pasos de unos de los dos o tres poetas más importantes de la historia de la literatura en español, desde su nacimiento en 1910 hasta su muerte en la cárcel en 1942 abandonado a su suerte después de la Guerra Civil española. Han pasado ya muchos años desde mis primeras lecturas de su poesía. Cuando comencé a leerle, Miguel Hernández era un joven al que yo quería imitar: escribió esa clase de poemas que te dejan atado al libro en el que los lees, con unos versos que no podía dejar de repetir cuando caminaba por la calle. Además, había luchado contra el fascismo en una guerra desigual producto de la masiva ayuda militar que el bando franquista recibió de Alemania e Italia. Escribir poemas increíbles y luchar por la libertad y la democracia. ¿Hay algo mejor a lo que pueda aspirar un joven?

Al principio de los años 90, en mi época universitaria, de vez en cuando me saltaba un par de clases en la facultad de Derecho de Alicante para irme a la playa a leer, entre otros, a Miguel Hernández. Tumbado en la arena y utilizando el manual de Derecho Procesal para apoyar la cabeza (las clases eran infumables), leía su poesía en ediciones de bolsillo de segunda mano editadas en los años 70 que compraba en librerías de segunda mano. Con el paso del tiempo aquel joven poeta pasó a ser el compañero de lecturas que nunca tuve, el amigo con el que me hubiera gustado compartir conversaciones y encuentros en exposiciones de arte. Su generosidad y su valentía a la hora de defender unas ideas que pretendían sacar a España de la oscuridad en la que estaba sumida producto del caciquismo y de una Iglesia católica muy rancia que vivía en la Edad Media, le condenaron a la muerte y sin embargo nunca cambió sus ideales. Ahora que ya me he hecho mayor comienzo a ver a Miguel Hernández en la distancia y la nostalgia de lo que pudo ser y no fue, en la injusticia de su muerte, en el ensañamiento con que le trataron por su negativa a abjurar de sus ideas de defensa del humilde y de la libertad y sobre todo como ejemplo de lucha contra esa España que intentó a toda costa que los nuevos vientos que traían justicia y libertad fueran exterminados. Si al principio era un joven valiente al que imitar y tiempo después un compañero ausente, con el paso del tiempo Miguel Hernández se convirtió para mí en la personificación de todos los años de lucha que llevaron a cabo antes que él miles de españoles para conseguir que España entrara de manera definitiva en la era moderna dejando atrás el oscurantismo.

Uno de los principales especialistas de la obra de Miguel Hernández es el alicantino José Luis Ferris cuyo libro Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (2002) es, al menos para mí, el libro de referencia sobre la vida y obra del poeta oriolano. Hace poco más de un mes Ferris presentó una nueva edición ampliada producto del estudio que ha llevado a cabo de nueva documentación. El resultado es apabullante para el lector. Además de nuevos datos de los últimos meses de vida de Miguel Hernández el estilo de escritura de Ferris atrapa al lector desde la primera página. Cuando leí este libro por primera vez, hace casi veinte años, descubrí que Ferris mencionaba un artículo de mi padre, Miguel Ull Laita, sobre las circunstancias de la muerte de Miguel Hernández. Me refiero a Recordando a Miguel Hernández (Diario INFORMACIÓN, 1 de abril de 1997) en el que mi padre recordaba el papel fundamental que en la represión del franquismo tuvieron los médicos partidarios del régimen franquista. Mi padre conoció, a finales de los sesenta, a uno de los médicos que trató a Miguel Hernández y le sacó información, sin que se diera cuenta, del comportamiento miserable que los médicos de las cárceles tuvieron con el poeta. Le dejaron morir. Así de simple.

La historia, sin embargo, puso las cosas en su sitio. Cuando llegó la democracia mi padre formó parte del equipo de jóvenes socialistas que convirtió una sanidad franquista que era poco menos que un cortijo de señoritos donde los médicos del régimen hacían y deshacían para hacerse millonarios, en la sanidad pública y universal que conocemos hoy día. Miguel Hernández es recordado todos los días en algún lugar de España, su poesía se sigue publicando y es ejemplo de valentía y honradez.

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