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Un matagigantes de siete años

Sólo tiene siete años y ya sabe lo que cuesta enfrentarse a problemas tan grandes cómo salir de su colegio aguantándose las ganas de llorar porque no sabe escribir. Eso le pasaba hace apenas unos meses. Cuando en su clase la profesora de lengua les decía a todos sus compañeros: hoy toca dictado. El agachaba la cabeza, miraba alrededor y esperaba. Sus dedos inmóviles, agarrotados, eran incapaces de escribir una letra, algo no funcionaba, y entonces se levantaba y entregaba la hoja en blanco. Allí en ese colegio al parecer nadie se dio cuenta, lo único que hicieron fue suspenderlo una y otra vez en lengua, en inglés, en sociales. Su familia sabía que algo no estaba bien. El niño era capaz de bajarse aplicaciones del móvil, buscar los canales en la televisión que tanto costaban a su madre y a sus tías. En un centro privado de Santa Cruz le diagnosticaron un tipo específico de dislexia. Desde entonces acude dos tardes a la semana, los martes y los jueves a estas sesiones. Y ha mejorado. Mucho. Y se esfuerza, sale contento porque de pronto en su cabeza las letras comenzaron a tener sentido. No le importa tener que salir del colegio público en el que estudia, un centro del sur de Tenerife, y comerse el bocadillo en el coche de su abuelo que lo lleva a su otra clase en Santa Cruz.

Y qué ocurre en su colegio. Su profesora de lengua quería seguir haciendo los exámenes por escrito. Las pedagogas que lo tratan les pidieron que se lo hiciera oral, que el niño se lo sabía y aprobó. Salió tan contento que llamó a toda su familia para contarles las notas. La gran noticia.

Pasan los meses y este matagigantes que cumplió siete años el 25 de octubre sigue empeñado en sacar por lo menos un cinco, pero se esfuerza por llegar al diez.

A lo largo de mi vida he tenido buenas profesoras, como doña Deltizia otras regulares, y hasta aquellas con la mano de disparo fácil, eran los tiempos de cachetones por hablar. Esos años pasaron, pero no me esperaba encontrar de nuevo a docentes insensibles. Tanto que lo único que dan es pena.

A este niño de siete años que es capaz de dejar el parque y subir corriendo con su libreta y con su lápiz a casa de su tía Mary para repasar las tareas, porque él quiere sacar un cinco, pero insiste en lograr un diez. Lo han vuelto a suspender. En Lengua y en inglés.

Hace unos meses, ese niño pequeño salía de clase tratando de no llorar porque era incapaz de escribir una palabra en el dictado de clase. Tiene dislexia y lucha, y se esfuerza tanto, que a veces parece un matagigantes rodeado de gente tan enana que no merece estar al frente de una clase de primaria.

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