La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan Cruz Ruiz

Las suelas de los zapatos

Juan Cruz Ruiz

El helado de vainilla del Chato

Juan Pedro Ascanio. Lo llamábamos el Chato porque era efectivamente Chato, la nariz rota exactamente por donde se produce su curva. Llegó al periódico en torno a 1970, antes o después, cuando ingresaba España en el tono y el grito de mayo del 68, que tiempo antes había buscado playas bajo los adoquines de París. Se tambaleaba el comunismo, asomaba tímidamente (entre nosotros) la socialdemocracia, se manifestaban socialistas que hasta entonces habían estado atemorizados en sus casas, guardando en lados recónditos las pistolas ya inútiles con las que alguna vez pensaron que tendrían que defenderse de la persecución que siguió a la guerra.

Aquel hombre chato era Juan Pedro Ascanio, yo lo vi entrar en EL DIA como un personaje de Graham Greene, chiquito y elegante, vestido como si viniera en misión especial, mandado, por ejemplo, por las huestes de Stalin u otros comunistas de la época, guardando en secreto esencias que ya habían sido expuestas como parte dramáticamente oscura de las acciones del comunismo que en Cuba hallaba, se decía, el lado humano de su historia.

Ya se sabía bastante de las satrapías del padrecito Stalin al que habían sucedido el más histriónico Kruschev y otros protagonistas de la guerra tibia que fue el final de la guerra fría. Al menos yo vi entrar a Ascanio a la Redacción, vestido con corbata y chaqueta. La corbata era larga y ancha, como si la trajera de otro país, de Argelia, por ejemplo, donde nos dijeron que había trabajado diagramando periódicos, tarea para la que ahora se ofrecía en el diario en que dirigía Ernesto Salcedo. Éste, por cierto, había sido algo así como falangista, aspirante a sacerdote, y era más listo que los ratones colorados, algo que se decía entonces.

Salcedo dirigía entonces un diario que había dejado de ser del Movimiento, con su yugo y con sus flechas en la parte más alta de aquella portada que parecía una sábana de papel y tinta. Con esa majestad que de todos modos exhiben los hombres chicos que caminan como si les estuviera esperando una multitud, el Chato nos saludó con la cabeza curiosa, y con aquella nariz demediada olió la redacción como un animal listo averiguando la naturaleza de los alimentos de un determinado territorio. “¿El director?”, preguntó, y yo le señalé con mi nariz el camino que debía tomar.

Salcedo era entonces circunspecto y poderoso, aun mandaba más que don José Rodríguez, que luego sería factótum de los destinos del diario, pero que entonces sólo iba por la tarde, se instalaba en la parte alta del edificio y de vez en cuando bajaba a vernos de soslayo, pues su destino era despachar con el director, que le daba en todo caso unos minutos. Ascanio, que en seguida fue el Chato al que tanto quisimos, ese día iba tan trajeado, como Salcedo, el periodista más elegante que yo había conocido hasta entonces, y así estuvieron los dos, con sus camisas bien planchadas, en las profundidades del despacho, hasta que emergieron de nuevo.

Salcedo condujo a Ascanio después al que sería su lugar de operaciones, y desde entonces fue el maquetador de la primera página.

Tagoror. Ascanio era un racionalista, sus primeras páginas eran de colección, pues las configuraba como si él fuera un arquitecto racionalista, una especie de Josep Lluis Sert del diseño periodístico, y la historia fuera a guardar sus ejemplares atrevimientos. Trabajaba cantando, pues desde que se ponía su mono azul no cesaba de tararear, siempre de buen humor, contaba así incluso los dramas que había vivido en la huida de la guerra, que lo llevó a Argelia, fuera del alcance que ennegrecieron el porvenir de los comunistas exiliados.

Adquirió pronto una costumbre sencilla que, en aquellos años en que aún había en la Redacción cierto miedo a ser uno como le diera la gana, le ganó las simpatías y el aprecio de la gente. Cuando daban las doce, exactamente las doce de la noche, venía de las tinieblas sonoras del taller, se sentaba en cualquier silla de la Redacción y se ponía a comer un helado de vainilla. Era a esa hora de la medianoche, cuando Elfidio Alonso tenía que entregar su sección de comentario internacional, un comunista feliz entre periodistas, una estirpe a la que sin duda pertenecía.

Cuando Salcedo me encargó que hiciera un suplemento literario que sucediera al que tuvo La Tarde Ascanio se ofreció a ser el que diagramara aquella página a la que se me ocurrió llamar Tagoror. A algunos buenos amigos les pareció oportuno burlarse de ese nombre guanche que le dimos a aquella excursión por la cultura, pues en ese momento aun a nuestro nacionalismo no se le había ocurrido despertar.

El Chato, al que ya todos llamábamos así (yo lo llamaba Ascanio, la verdad es que jamás lo llamó Chato ni en su ausencia), hizo de esa diagramación una obra de arte, pues se empeñó en que allí cabía lo que cabía, y si no cabía él no iba a interrumpir la calidad del diseño porque cualquiera de nosotros tuviera la tentación de convertirla en chicle. Hizo una obra de arte, la verdad, y él estaba tan orgulloso como si también la escribiera.

Stalin. Muchas cosas pasaron que ya se irán diciendo. Pero como queda un trocito de página (Ascanio hubiera cortado ya, para que respirara el papel) contaré una que pasó en la calle del Pilar, poco antes de la Iglesia, donde vendían los televisores Grundig, los más grandes del mercado. Coincidimos cuando ya él era un jubilado y me pidió que le escuchara algo que había memorizado hacía años y que quería regalarme aunque fuera de oído. Años antes había pasado por Tenerife Pablo Neruda, comunista como él, y él me preguntaba cómo era aquel hombre. Cuando yo le hice parte de la narración, el Chato me puso la mano en el hombro y me recitó, como si cantara, la Oda a Stalin del poeta chileno. Caía el sol de la tarde sobre nosotros y en sus labios sonó el viejo comunista como si estuviera a medianoche tomándose un helado de vainilla sobre las ruinas despreciadas de la historia.

Compartir el artículo

stats