La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan Cruz Ruiz

Las suelas de mis zapatos

Juan Cruz Ruiz

«¡Pues no faltaba más!»

Pascual Calabuig. Aquel campo, el Peñón, era en mi pueblo como un imán al que iba todos los domingos a escuchar cómo retumbaba el balón de reglamento, compitiendo con el sonido del mar de Punta Brava. Me llevaba mi padre, que entonces no tenía para la entrada y me llevaba, para ver jugar, a lo alto de las plataneras.

Entonces aun no escribía crónicas, sino que escuchaba los partidos de las distintas divisiones gracias a la radio, en las que había voces inolvidables, como las de Matías Prats, Miguel Ángel Valdivieso o José Félix Pons. En Canarias escuchaba sobre todo a Avelino Montesinos y a Pascual Calabuig, el primero de marcado acento canario y el otro de origen alicantino, que sonaba desde Gran Canaria en un programa de mediodía que él siempre acababa con esta expresión: «¡Pues no faltaba más!».

Por entonces aun vivía frente a mi casa el más grande de los futbolistas canarios del siglo XX, Luis Molowny, cuyos padres tenían allí una jabonería. Escuchar hablar de fútbol era para mi entonces la primera enseñanza, pues no iba a la escuela y era la retransmisión radiofónica de los partidos mi primer contacto con el vocabulario suelto y, por decirlo así, reglamentario, pues en el barrio, donde no abundaba la lectura ni siquiera la escuela, hablábamos todos como nos daba la gana.

Un día aquella voz, la de Pascual Calabuig, se hizo presente en el Puerto, acompañando a la Unión Deportiva Las Palmas. Entonces ya yo iba a los partidos, pues me había convertido en cronista deportivo gracias a aquella oportunidad que me había dado con Julio Fernández en Aire Libre.

El pequeño seleccionador. Cuando vino Pascual Calabuig al Peñón yo no era aun seleccionador de fútbol, pero por entonces era conocido por mis crónicas, y seguramente por la extrañeza que producía que un muchacho tan joven (ya tenía catorce años) escribiera como si supiera de fútbol. El responsable federativo de las selecciones de las distintas zonas o distritos del fútbol insular, Floreal Concepción, se interesó por aquel muchacho que era yo, me ofreció ser quien seleccionara a los mejores adolescentes del fútbol del norte de la isla, y yo acepté, en cierto modo de igual manera que he aceptado en mi vida casi todo lo que me han propuesto.

Ese trabajo en el que él verdaderamente importante era el entrenador (Castilla, un hombretón que sí sabía de fútbol, y además era una excelente persona). Él llevaba la selección, que en los campos locales hacía sus exhibiciones con cierta solvencia, gracias sobre todo al mejor de aquellos chicos, Salvador, realejero que en aquel entonces era una promesa como lo sería Pedri en la UD. Floreal no sabía que él ya me conocía, pues años atrás, presa de la pasión azulgrana que aun me dura, había robado en un descuido de mi madre la revista Dicen de la estantería de la librería de su padre, don Sixto. Para vergüenza de mi madre, y de la mía, naturalmente, él me dio alcance, gritó «¡Niño, no se roba!», y yo devolvía el preciado botín.

Dos años después la vida nos juntó a Floreal y a mi en una aventura que llevó a jugar a la selección juvenil del norte al estadio del Tenerife. En la primera parte ganábamos 0-1 a la selección santacrucera, que en el tiempo siguiente nos metió cuatro goles contra los cuales no me sirvió de nada la libretita que llevaba conmigo para apuntar tácticas y otras zarandajas.

Donato. Había un futbolista norteño, un defensa que se llamaba Donato, que me mostró el otro lado de la belleza del fútbol. En una de aquellas crónicas que escribía para Aire Libre o para Jornada Deportiva hice alguna apreciación que él juzgó injusta, y a la salida de los vestuarios me amenazó con una trompada. Entonces amenazar a la gente no estaba penado, y te amenazaban por cualquier cosa y con cualquier castigo, pues eran tiempos de violencias de barrio que a mi me afectaban mucho.

Entonces pedí escribir también de otras cosas, y no sólo de fútbol, en aquellos periódicos, aunque seguí yendo al Peñón y seguí explicando como había visto los partidos, pero ya no me acerqué a la salida de los vestuarios, y tampoco me encontré con Donato ni en la calle.

La UD en casa. Pero de pronto vino la Unión Deportiva Las Palmas y entonces sí fui con mi libretita a tratar de entrevistar al que se me pusiera por delante, una tarea en la que me había entrenado ya entrevistando a un entrenador del Puerto Cruz que había sido militar y era buena persona, muy inteligente, de nombre Vicente Gimeno.

El Puerto Cruz y Las Palmas tenían buena relación, pues en el equipo local habían jugado o jugaban algunas glorias canarionas, y la relación de la afición con el equipo que vio ganar a Molowny era buena y nutritiva. Y, además, muchos conocíamos al menos la voz de uno de los más destacados personajes de aquella expedición, a quien yo mismo llamé don Pascual Calabuig cuando me acerqué con aquella libretita a preguntarle si me daba una entrevista. «Cómo no», dijo, y debió parecerle bien la entrevista, pues luego me habló sobre ella y yo la tengo como una de las experiencias más gratas e inolvidables de mi vida como reportero. Hasta el punto que recuerdo todos los movimientos de aquel encuentro, el aspecto del ídolo, su modo de hablar, el movimiento de sus manos, el bigotito que fue su distintivo para toda la vida, la elegancia de su ropa, sus zapatos marrones…

Lo conocí más, hablé con él a veces por teléfono, lo veía en la televisión, y siempre decía mi madre que le parecía un hombre bien educado. La verdad es que para mi fue una lección conocerle, y también fue una lección que mi madre dijera que era un hombre bien educado, algo que en el fútbol y en la vida que he llevado siempre ha sido una marca que cada vez me importa más. Mucho más que el trabajo mismo me ha importado la buena educación en su ejercicio. ¡Pues no faltaba más!.

Compartir el artículo

stats