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La suerte de besar

Las croquetas y las personas

Me gustan las croquetas con ingredientes reconocibles: pollo, bacalao o espinacas. Algo parecido me sucede con las personas. Confío en las que son transparentes y a las que veo venir

Las croquetas y las personas.

Una de las peores cosas que puede sucederle a quien ha elaborado una croqueta es que quien la coma no sepa de qué es. No repito en un restaurante en el que he dudado si la base de esa receta era la carne, la verdura o el pescado. Me gusta la comida austera. No quiere decir que coma de forma austera, todo lo contrario, pero sí prefiero aquella en la que el producto es el protagonista. La que huye del artificio, del salseo excesivo y de las sofisticaciones. Si pudiera permitírmelo, probaría todo tipo de esferificaciones y deconstrucciones gastronómicas, pero sería por curiosidad. Si voy a disfrutar, voto por la sencillez. Reconocer sabores, olores y texturas. Una clasicona en toda regla.

Conozco a una niña que clasifica a personas y a ambientes en función de las formas geométricas. Una casa con atmósfera cuadrada es mal rollo asegurado y si es un hexágono mejor ni acercarse. Si ella percibe que una familia es un triángulo es que uno de ellos es conflictivo y desestabilizador del entorno. La perfección está en el círculo. Si me describe a alguien como si fuera una esfera quiere decir que es el no va más. Esas descripciones suenan a jerga vinícola. Todavía recuerdo a un hombre que, durante un taller, afirmó que el vino que acababa de probar era esférico. Me pareció tan erótico que casi me dio un patatús en plena cata vertical. Tardé dos copas más en descubrir que, en el fondo, era un esnob, pero el adjetivo dio el pego. Volviendo a la niña estupenda y a sus descripciones geométricas, lo que más me llama la atención es su capacidad para captar lo esencial de la gente: la bondad, la conflictividad, la simpatía o la armonía. Como con las croquetas, sabe de qué están hechas.

Todos hemos tenido, o tenemos en el peor de los casos, algún conocido, jefe, pareja o compañero de trabajo que nos desconcierta. No sabemos de qué pie calza, un día está eufórico y al día siguiente no te mira a la cara. Un día sientes que le caes de cine y al otro se comunica contigo vía correo electrónico. Son la croqueta que no sabes de qué carajo está hecha. La mordisqueas, hueles y observas, pero te quedas igual. Son especialmente estresantes. Me declaro fan del comportamiento coherente. Quizás sea poco excitante, pero da buena vida.

Si fuera política (gracias, Dios, por no dotarme con ese don) defendería la coherencia como máximo valor. Pactaría con partidos que tuviesen el bien común como prioridad. Haría lo que he dicho que haría y, sobre todo, no haría lo que dije que no iba a hacer. Pienso en esta evidencia mientras paseo y me tomo una tapa en el centro de Palma, que está atiborrada de turistas. Sabemos que en esta temporada nos la jugamos. Que la economía y el panorama laboral son prioritarios. Y también la defensa de la comunidad autónoma que queremos ser. Sostenible, radicalmente en contra del turismo de borrachera, que busca la diversificación, accesible, asequible, sosegada y que tiene en cuenta a los que vivimos aquí todo el año. Si fuera política trataría de mantener el sabor, forma y textura que he dicho que tendría mi croqueta. Lo contrario sería una tomadura de pelo.

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