El eslogan "es como elegir entre la peste y el cólera" ha tenido éxito entre los abstencionistas de la izquierda francesa, en vísperas de la segunda vuelta presidencial. Entre las dos únicas plagas posibles, la victoria de Macron era tan irremediable como la de un Real Madrid muy limitado ante rivales ligueros todavía más menguados. La familia Le Pen ha perdido tres elecciones para la ultraderecha en veinte años. El estrechamiento de márgenes desde los setenta puntos de 2002 a más de diez en la presente edición, con 32 hace cinco años, no sirve de consuelo a los extremistas.

Marine Le Pen hubiera conquistado el Elíseo en su segundo asalto, si su candidatura no fuera de ultraderecha. Sin este lastre existencial, habría funcionado la decisión de votar a cualquiera menos al arrogante, engreído, bravucón, prepotente, empollón, desafiante Macron. El odioso primero de la clase. La candidata del Reagrupamiento Nacional no tuvo tiempo de completar su transición a Angela Merkel. Sin olvidar que, puestos a elegir, los franceses siempre se decantarán por el pretendiente más antipático.

Al quedar hundida de antemano por su ideología, Le Pen contribuía además a disimular el travestismo de su rival, que en campaña ha ensayado más disfraces que su compatriota el inspector Clouseau. En el debate del pasado miércoles, el presidente reincidente y banquero de Rothschild tardó cinco minutos en proclamarse ecologista convencido y sobre todo convertido. Había ensayado con tanto esmero su confesión que se le alumbró el semblante de quien acaba de abrazar a su primer árbol, vestido de montería.

La victoria de Le Pen sobre Macron era tan inverosímil como el triunfo del improvisado Donald Trump sobre la también odiada Hillary Clinton, así de prodigioso fue el resultado a la Casa Blanca de 2016. Los milagros se llaman así porque no se repiten, la candidata de ultraderecha perderá siempre y ha taponado además una alternativa viable al monarca francés que se siente emperador.

Te puede interesar:

Los manuales insisten en que el gamberrismo en el debate preelectoral se ve castigado por la derrota. Tampoco aquí se ha cumplido, porque el tono del enfrentamiento hubiera obligado a un espectador despistado a preguntar "¿cuál de los dos es de extrema derecha?". Macron acusó de "cinismo" a su rival, la señaló repetidamente con su índice admonitorio, se mostró repelente mientras Le Pen no perdía los estribos, aunque sí las elecciones.