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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Paco Juan Déniz pinta, Ai-Da simula

Una generación, la generación de Paco Juan Déniz por ser el protagonista y motivo de la exposición «Media centuria en el arte canario» (que se celebra en la galería Manuel Ojeda) es, como toda generación, una burbuja de vitalidad en el tiempo. Rodeada por una fina película que la aísla, tal y como las obras o lienzos están aislados en la unidad de ser sí mimos. Así en su geografía interior, el tiempo arrastra en su torrente el viaje agonístico de sus navegantes. Ensimismados, concordantes a veces, discordantes otras, cercanos y refractarios por su trayectoria. Pero al cabo arrastrados por esa entelequia que es el tiempo.

Ahora, en abril, se reúnen sesentaidós pintores en una extraordinaria exhibición pictórica, lo cual es poco común, y muñida por el curador de arte y poeta, Javier Cabrera, que ya desde adolescente apuntaba creando en el desorden un orden que genéticamente necesitan los lienzos. Probablemente con el fin de que el visitante pudiera verlos de cerca. A las exposiciones hay que verlas de cerca, en esa oscilación de acercamiento y alejamiento como si se pudiera ver o entender algo. Ni siquiera poco. Parece que las mirase un miope. Pero probablemente el hecho artístico suponga una señal de incomunicación. Probablemente porque las propias leyes las dota de un abismo intersubjetivo. El que una generación de pintores (y pintoras) participen en un acto de estas dimensiones puede deberse, lo imagino por pura especulación, porque le reconocen a Paco Juan Déniz una valoración estética unánime a su obra, hasta las últimas consecuencias obsesivamente surrealista.

En una exposición paradójicamente, aunque los visitantes vayan dispuestos a entender, en realidad no hay mucho que entender ni ver, al menos si entendemos lo que exige conceptualmente el ejercicio del «ver» artístico. Y respecto al «entender», del que forma parte el «ver», callamos. Como dice la leyenda de los dispositivos electrónicos en los servicios de mensajería, esta exposición está encriptada de extremo a extremo, por definición. Cada generación en sí, recolecta, porta en su equipaje, los impulsos urgentes de sus componentes en una dialéctica entre creación y desesperación. En su angustia vital por escapar del tiempo. Ocurre también que una generación está cifrada de extremo a extremo, aislada, hermética, huérfana de hermeneutas y hermenéutica, quizá porque no pueda ser de otro modo: reposa en su ensimismamiento tautológico.

La idea germinal de esta exposición-homenaje a Paco Juan Déniz, según parece, se debe al también pintor Agustín Hernández, pintor minimalista de la cosa artística. Por oposición a la hipótesis que defienden corrientes de pensamiento como el historicismo y por supuesto el neo-historicismo, al analizar indestructibilidad del arte desde la perspectiva del análisis del contexto, como si fuera un correlato de, y «de esto se sigue aquello», consiguientemente caen en el vicio de que cada texto o lienzo puede explicarse por el contexto, lo cual es una soberana ordinariez.

Un arte así, parece una línea de montaje de una fábrica en la fase Taylor, pero de fabricación de arte. El arte como cadena fabril parece ya un hecho, y no digo yo que no sea un éxito, pero un éxito que explica poco. No es que el materialismo marxiano lo haya decidido así, la enfermedad tiene su origen en la contaminación de las fuentes de creación. El materialismo, tal cual, habida cuenta de su análisis, ofrece una imagen tras de la cual una montaña de piezas y derrubio, de objetos de material sin elaborar, en cuyo proceso por produce una obra empaquetada. Y en cuyo tránsito, por virtud propia, provoca su esterilización. No sólo es la razón lógica, aunque su contribución no sea desdeñable, la que ofrece una realidad mental artística, sino que se trata de la mente orgánica de conjunto, el resultado de mentes colaterales de anhelo, de deseo, de corazón, de la pluralidad de sentimientos encontrados: en suma, de una mente corporal.

En perspectiva a un futuro inmediato, se inaugura la Bienal de Venecia, el 23 de abril, en la que Aidan Meller presenta como artista y expositora a un robot que responde al nombre de Ai-Da, que, entre las habilidades de las que «disfruta», triunfa su «ingenio» para fabricar una «obra artística», que supera el test de Turing. Dicho con otras palabras, goza de una «sensibilidad humana» capaz de borrar las fronteras vedadas a las obras producida por una Inteligencia Artificial. Así las cosas, hay que reconocer que, mediante un amasijo de cables, o de un sistema computacional, es posible supuestamente simular la complejidad del alma humana, o los sentimientos y la razón por los cuales un ser se percibe humano. Y si es el caso que Ai-Da logra renombrar y traducir algoritmos en propuestas y valores artísticos, estamos ante una nueva fenomenología. Una según cual, la sustancia estética o incluso la misma conciencia artística, puede concebirse extra-artísticamente, sin la condición humana.

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