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Antonio Balibrea

El mundo por de dentro

Antonio Balibrea

¡Siempre nos quedará París!

Qué escándalo! ¡qué escándalo! ¡he descubierto que aquí se espía!». Esta es la exclamación con la que podríamos parafrasear al capitán Renault- Claude Rains- en la película «Casablanca». La genial destilería de sentimentalismo y cinismo, como definió Fernández-Santos esta obra maestra, seguro es una buena bodega para entender el escándalo espumoso del nacionalismo catalán: haberse sabido espiado por los servicios secretos del gobierno español.

Como preguntó en voz alta, retóricamente, la ministra de Defensa Margarita Robles en el Congreso: «Ya que se rasga usted tanto las vestiduras, yo le pregunto ¿qué tiene que hacer un Estado, un gobierno, cuando alguien vulnera la Constitución, cuando alguien declara la independencia, cuando alguien corta las vías públicas, cuando alguien realiza desórdenes públicos, cuando alguien está teniendo relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania?» Como los servicios secretos, Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en concreto, dependen de su ministerio lanza en preguntas lo que la legalidad le impide proclamar a los cuatro vientos: tanto la declaración de independencia como la celebración del referéndum fueron convocatorias ilegales, no porque lo diga yo, sino declaradas así por el Tribunal Constitucional. La simpatía del president Torra, de la Generalitat, con las convocatorias en la vía pública durante varias semanas provocando desórdenes, incendios de coches y contenedores por los jóvenes de organizaciones independentistas es conocida. Las relaciones de personas próximas al president Puigdemont con el entorno de Putin solicitando el reconocimiento de la independencia de Cataluña, y quién sabe qué más, se ha publicado en la prensa catalana. La obligación de cualquier servicio secreto que se precie es tener previamente informado al gobierno español de cualquiera de estas andanzas pitanzas y conversaciones. Seguro que los mossos d’esquadra también tienen un servicio de información. Y, si no lo tienen, deberían tenerlo.

No hay ningún estado, como mínimo, desde la implantación de los estados modernos, desde los Reyes Católicos que no disponga de servicios de información y contrainformación para reforzar su seguridad, estabilidad e intereses. No sé si será por el sentimiento nacionalista o el cinismo purista por lo que se escandalizan de que ¡aquí se espía! Sería incomprensible que fuera por los céntimos de la gasolina, o los impuestos a los beneficios «caídos del cielo», de las eléctricas, aún les resultaría mas difícil de explicar. Es muy difícil entender porque las consecuencias las tienen que pagar las medidas de reactivación económica y apoyo a los ciudadanos frente a la crisis. Todos hemos oído hablar y visto películas de la CIA, o del KGB, probablemente el más eficaz sea el Mossad, gracias a la diáspora del pueblo judío y a la moderna tecnología con que cuenta entre otras el sistema de escuchas Pegassus.

Por primera vez en décadas, sólo desde que gobierna Pedro Sánchez, el CNI para espiar, vulnerando los derechos constitucionales, necesita el permiso y el visto bueno de un juez del Supremo; pero hasta ahora no habían dicho nada ni Convergencia ni Esquerra Republicana de que ¡aquí se espía! Si la intervención de los servicios de información, se ha producido sin autorización judicial será el momento de pedir la dimisión de la responsable del CNI, Margarita Robles; pero mientras tanto el sitio para pedir información y darla es la Comisión de Secretos Oficiales en las Cortes Generales, dónde además ahora están representados todos los grupos parlamentarios. Todo lo demás tiene pinta de fuegos artificiales que responden a órdenes superiores, en Casablanca del mayor Strasser- Conrad Veidt-, que ha ordenado cerrar el café de Rick por cantar la Marsellesa. Esta semana pasada se ha cantado la Marsellesa para celebrar la victoria de Enmanuel Macron; ni Lepin, sin o con la ayuda de Putin, ha podido cerrar Francia a la Unión Europea.

¡Siempre nos quedará París!.

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