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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

El hombre Dios

En la década de los 40 el filósofo jesuita Pierre Teilhard de Chardin causó un enorme revuelo en la comunidad religiosa con su teoría de la evolución del hombre hacia una conciencia universal colectiva. Esta superconciencia tendería hacia el llamado punto omega, una culminación del fenómeno humano. Pese a su original y rompedor enfoque, su obra fue anatemizada por la Iglesia católica, que consideraba puestos en cuestión sus dogmas, y todos sus escritos frutos de la soberbia del teólogo.

Muchos años más tarde, en 2014 el escritor Noah Harari publicaría el bestseller Sapiens, cuya premisa principal era la de una evolución del hombre «de animales a dioses», con un desarrollo desigual de la mentalidad y de los avances científicos. Por un lado los progresos de la ciencia habían de ver realizados los mitos de la inmortalidad, la leyenda Gilgamesh de la antigüedad, actualizada en el proyecto de Frankenstein de nuestros días. Pero por otro sin que se vislumbrara el indispensable acompasamiento en la evolución mental del ser humano. La última frase del libro lo resume en la alarmante pregunta: «¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?»

Es una duda lógica, pero si nos detenemos en esta inquietante evolución hacia lo divino, nos podemos topar con un planteamiento religioso ya asumido en su día por la Grecia antigua. Sus dioses no eran los ejemplares depositarios de las más excelsas virtudes, sino por el contrario cultivaban todas y cada una de las debilidades humanas. Zeus y los demás dioses que moraban en el Olimpo eran envidiosos, vengativos y a menudo crueles en las mataperrerías que se infligían unos a otros. Zeus, el gobernante del Olimpo que había de dar ejemplo no solo se casó tres veces, una de las veces con su propia hermana, sino que no se cortaba un pelo a la hora de multiplicar sus infidelidades. Afrodita era venerada por ser la diosa del amor, pero también lo era de la lujuria y la prostitución. Poseidón, el dios de los mares, era uno de los más coléricos y no se cortaba un pelo en manifestar su malhumor provocando los más brutales terremotos entre los fieles que no se plegaran a sus mandatos.

Pero esta religión no debió ser tan estéril cuando sobrevivió varios siglos entre los griegos. Y prueba de su eficacia lo demuestre tal vez que fuera en gran parte adoptada posteriormente por los romanos. Si bien con ciertas modificaciones, pues si los griegos eran de letras, los romanos eran de ciencias, y su espíritu pragmático les llevó exigir resultados de sus divinidades. Vamos que si no respondían a sus plegarias y sus ofrendas, terminaban pasando un kilo de ellas, sustituyéndolas sin complejos por otros lares, otros protectores de sus vidas y haciendas. Si seguimos ateniéndonos a nuestra civilización occidental vemos como posteriormente la evolución del pensamiento religioso pagano fue dando paso al cristianismo.

Aunque leyendo las predicciones de Harari, no puede uno dejar de preguntarse: «¿Estaremos volviendo a las andadas?»

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