La Provincia - Diario de Las Palmas

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Desirée González Concepción

Por y para hombres

Proliferan las actividades relacionadas con el autoconocimiento y desarrollo personal. Todo un mundo alternativo se abre al público en general para mirar adentro, encontrar estrategias para intimar con nosotros mismos y disolver las causas de nuestro posible malestar. Reconozco que soy asidua incondicional de este tipo de herramientas y puedo decir que la participación en estos cursos y talleres es básicamente femenina.

Conozco hombres «brillantes»; con una cultura exquisita, con familias maravillosas y ejerciendo las profesiones que deseaban. Hombres líderes, pero a los que se les privó desde la infancia de una educación emocional. Ahora se relacionan perfectamente en sus reuniones de trabajo, hablando de fútbol, política y economía, incluso de literatura y de arte, tomando una cerveza entre amigos o en celebraciones familiares. Pero cuando las cosas se tuercen y es necesario acercarse al universo de los sentimientos, se hallan faltos de recursos…

Me declaro feminista; creo en la lógica igualdad de derechos entre hombres y mujeres. He hablado en otros artículos de cómo esta sociedad convierte a la mujer en una especie sometida y la supremacía que impone el hombre en muchos aspectos sociales, laborales y familiares. Nos vienen a la cabeza cientos de ejemplos y reconocemos un largo camino por recorrer para establecer la paridad entre ambos sexos. Sin embargo, hoy quiero romper una lanza a favor de los hombres, irrumpiendo en las causas de tales comportamientos denominados «machistas». Hombres de varias generaciones, padres de niños, adolescentes o universitarios, a los que nadie habló de amor, de sensibilidad y mucho menos de fragilidad.

Criados en familias con legado franquista, los niños fueron domesticados en un patriarcado donde se les incitaba a competir, a no quejarse, a no llorar… Coartando su libertad de Ser, crecieron siendo prisioneros de una gran coraza que les impedía abrirse a sentir. Esos niños se hicieron hombres, pero no han podido deshacerse de esa armadura que muchas veces les separa de sus parejas, de sus hijos y de ellos mismos. Destrozar el caparazón implica atreverse a expresar sus miedos, inseguridades, a soltar el control excesivo y, sobre todo, romper con esos viejos patrones heredados. No resulta sencillo; tendemos a repetir lo conocido aunque tropecemos una y otra vez con la misma piedra. Como martillo, nada mejor que tocar fondo. Ante una separación, una pérdida, un despido laboral,… muchos hombres entienden que deben redireccionar su vida y se deciden a buscar ayuda. Comienzan entonces a caer capas y capas en busca de ese niño interior que sigue clamando ser visto, ser escuchado. Sanar las heridas de ese niño resulta esencial para convertirse en adultos saludables tanto mental como emocionalmente.

Se trabaja Emocrea con nuestros chicos en los colegios, existen multitud de libros y cuentos que dan pistas a los más pequeños para gestionar la ira, la tristeza, el miedo... y es cierto que las familias se preocupan cada vez más por las habilidades sociales de sus hijos. Sin embargo, me pregunto quién reeducará a tantos y tantos adultos «lastimados» que han sido víctimas de un adoctrinamiento que les prohibió expresarse y les obligó a reprimir sus deseos y anhelos.

La buena noticia es que esa «indisposición» masculina se puede aliviar. Existen respuestas para esos adultos dañados por unas familias que, sin duda, no supieron ni pudieron hacerlo mejor de lo que lo hicieron en una época en la que disfrutar estaba vetado. La solución a los conflictos que les origina esa actitud «hermética» comienza justo en el momento que empiezan a hacerse preguntas, preguntas que nacen del desasosiego que les provoca una vida vacía y quizá falta de sentido. Incomprensible para ellos que, muchas veces, tras una trayectoria exitosa no logran encajar; siempre les falta algo y no saben dónde buscar la pieza para completar tal rompecabezas. Así pues, escapan con relaciones sociales, de pareja, viajes, consumismo en todas sus formas… pero no es posible huir de uno mismo y tarde o temprano se volverán a topar con ese callejón sin salida.

Mirar de frente la incomodidad, empezar a expresar todo lo guardado, aprender a mostrarse débil, incluso, aprender a dejarse cuidar, pueden ser algunas de las claves para iniciar ese proceso de transformación.

Si finalmente nuestros hombres logran despojarse de ese «blindaje», descubriremos adultos auténticos, con sus luces y sus sombras, pero «hombres reales». Por supuesto, la repercusión será visible en todas sus relaciones personales y en la sociedad en general. Una sociedad en la que ya no se verán «forzados» a aparentar lo que realmente no son, una sociedad que deberá aceptar a aquellos niños que no pudieron «Ser» y que ahora empiezan a deshacerse de sus ataduras, manifestando así su vulnerabilidad. Es evidente que necesitamos esos hombres que sean capaces de dialogar también sobre el amor, el perdón, la ternura, el fracaso, la gratitud,… Personalmente, pienso que en el momento que los hombres puedan permitirse ser más «humanos», estaremos muy cerca de alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres.

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