La Provincia - Diario de Las Palmas

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José A. Luján

Piedra lunar

José A. Luján

Mascarillas y belleza

Las mascarillas son un reciente fenómeno social en nuestro ámbito cultural. La pandemia nos ha llevado a ensayar nuevos hábitos que han cambiado nuestra manera de estar en el mundo. Sin embargo, su uso de manera colectiva se remonta a muchos años atrás cuando de manera sorpresiva veíamos imágenes de las calles de Tokio donde tanto mujeres como hombres las lucían de forma habitual. A nosotros, isleños y europeos, nos parecía un exotismo y una rareza, incluso estando motivada por el exceso de polución en una ciudad de más de ocho millones de habitantes. Entonces, poníamos en valor, además, la delicadeza y finura de la mujer nipona.

Pero hete ahí que con el paso de los años, y con una razón sanitaria de tremenda envergadura, en esta provincia del mundo la tuvimos que asumir como apéndice protector por decisión de la autoridad supranacional, países de la Unión Europea, que no tardó en hacerla extensible a todos los continentes. Pan-demia, palabra con el prefijo ‘pan=todo, lo que crea el concepto de enfermedad mundial. El Covid 19 campa a sus anchas por todo el planeta, aunque la manera de atajarlo es desigual en función de la riqueza de cada país. Norte desarrollado (sociedad del bienestar), y Sur empobrecido (países africanos y continente suramericano) en una secular división que se arrastra por la desigual distribución de los recursos. Al ser una enfermedad con extensión planetaria, la exigencia radica en que todos los países deberán apoyar de manera sincrónica todo lo que tienda a su exterminio, ya que no vale poner parches en una zona cuando la carcoma sigue royendo por países limítrofes. El mal afecta a todos y los medios de erradicación también deben ser conjuntos.

La cifra de contagiados y fallecidos, difundida a diario por los medios de comunicación, hizo que desde un principio la ciudadanía asumiera el mandato, convertido en confinamiento de manera muy obediente. La investigación para lograr una vacuna era la principal esperanza ante este fenómeno en constante expansión. Vacuna para todos era más que un lema igualitario.

Desde el minuto uno, la mascarilla, convertida en mercancía, fue presa de los carroñeros que no dudaron en afilar los colmillos de la rapiña más burda para sus ganancias. Algunos han ido cayendo en manos de la justicia ya que, sin sonrojo, traficaban con objetos de la salud y el erario público. Y los soñadores, en cambio, pronto valoran cómo el adminículo fue adoptado como uno de los símbolos de nuestra época, elevándolo a categoría estética, como hizo el mismo MoMa (Museo de Arte Moderno de Nueva York), que no duda en colgar en sus paredes este icono como obra indiscutible.

En el ámbito social, con la mascarilla se ocultan los rasgos de la belleza, y el usuario se torna un desconocido en su tránsito por las calles de la urbe. La mujer empieza a descuidar sus afeites e incluso la propia vestimenta, y el hombre el atuendo, que simplifica hasta llegar a enfundarse una camiseta de cuello redondo, bastante ajada. La estética corporal se abandona al tener la certeza de que no es reconocido por los transeúntes. Y es que la belleza implica réplica e incluso diálogo. Estos parámetros quedan suspendidos y ahora, cuando se permite transitar sin mascarillas, la mujer en general, como depositaria secular de la belleza, al margen de lecturas machistas, ha retornado a su estilo habitual, anterior a la declaración de la pandemia. Cada mañana trata de que sus gestos resplandezcan y recobren su valor.

El análisis de la belleza tiene muchas vertientes y hay que saber gestionarlo. Es un tópico afirmar que lo bello implica equilibrio, simetría, mesura. En estos tiempos nos hemos reafirmado, aunque sea como conclusión provisional, en que bello es aquello que implica diálogo desde una atracción espontánea. El espectador se detiene atraído por el objeto que observa, ya sea un perro, un hombre, el frontis de una catedral, el gesto de una mujer. Un instante de intercambio presencial nos conduce a ver el mundo de otra manera, aunque también se genere y haya que tener en cuenta la estética de lo feo. Y es que habría que considerar como indiscutible que la belleza está en nuestra mente. Así lo vimos grafiado en una decolorada papelera frente a una librería de viejo en el barrio gótico de Barcelona. El lugar no estaba lejos del contexto de la definición.

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