La Provincia - Diario de Las Palmas

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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Deber de magistraturas

El regreso a España del rey Emérito, del «destierro», ha desatado comentarios de diversa consideración, reflexiones que oscilan entre las juiciosas y las escatológicas. Nada nuevo bajo el sol, podríamos decir. Por lo que a mí respecta, me importa resaltar que la igualdad de derechos en la sociedad actual es afortunadamente instintiva, genética. Y nada le parece a la sociedad española más obsceno que una diferenciación al respecto. Esa creencia firme de la igualdad de derechos y deberes nadie la pone en cuestión salvo quien quiera verse excluido, apestado de la comunidad política. Sin duda el valor de este principio denota la madurez democrática de una sociedad. Podrá no obstante la sociedad española ser manipulada por maquiavelos de salón, pero no serán capaces de truncar los anhelos de estos valores de progreso moral y político. Inadmite hondamente sin duda la sociedad los privilegios de quienes les gobiernan, de cualesquiera de sus representantes.

Estos fundamentos son los de una sociedad liberal-democrática como la española. Y digo liberal deliberadamente porque el significado propio corresponde al de una sociedad libre. En las dictaduras ya se sabe lo que ocurre con los derechos inalienables de las personas. Desde la Revolución francesa los derechos y los deberes de los ciudadanos son iguales para todos. Sin exclusión. Estos son los axiomas sobre los que se construye una sociedad libre y feliz.

Nadie debiera olvidarse de estos principios, y mucho menos quienes acceden al poder, por más que altas magistraturas del Estado hayan olvidado o mercadeado con este deber inexcusable. Tales desmanes quiebran la confianza de los ciudadanos y les hace un daño incalculable. Erosionan la confianza en las instituciones y la solidez de sus decisiones. Pese a que prometen y juran y perjuran, cuando llegan al poder que lo hacen para «servir», se dan cotas de desvergüenza que no deben quedar impunes. Debieran por sí mismos apartarse de la sociedad, dejar el paso a otros con mejor carácter y disposición de «servicio» público. Nadie hoy se atreve, porque sería universalmente recusado, a disculpar a aquéllos que se apartan de esa «función de servicio». Ni siquiera deben hacerlo porque lo prometan, juren y perjuren al tomar posesión de sus cargos, porque en la comisión de servicios que se les encomienda va de suyo, sino principalmente por respeto a sí mismos. Y si de sí mismos no brotara ese apartamiento, debe arrancársele del poder por la fuerza, como bien decía Marx, y en nuestra sociedad por la fuerza de la ley. No es tampoco que ignoren que el significado de «servir» cuando acceden a un puesto de representación pública, cuya base semántica bebe y comparte el significado de palabras como trabajar, servicio, siervo, esclavo, etc.

Me deja perplejo que sean tantos quienes desean «servir» al Estado, porque «servir» implica una predisposición de difícil hallazgo, es una cualidad escasa por lo poco abundante. Vemos en el día a día la dificultad de encontrar personas dispuestas a «servir» las necesidades de otros. Muy al contrario, «servir» es un verbo que se conjuga con humildad, con responsabilidad, con la aceptación del rostro del otro como si fuera tu propio rostro. Visto lo cual que llama la atención que tantas personas relevantes o no, se sumen a la actividad política, que se dispongan a «servir» al pueblo, cuando son muchos y muy importante los sacrificios y esclavitud que lleva aparejados.

Una vez que se admite como necesario el Estado, habida cuenta de que los hombres y las mujeres no son ángeles sino personas de carne y hueso, mucha más atención se debería poner a qué representantes eligen y los gobernantes de apartarse de los privilegios como del fuego. Llegado a este punto, hay una sola forma de hacer las cosas bien, y muchas otras formas de hacerlas mal. Hacerlas mal aboca a la tragedia propia, y coadyuva a las ajenas, que son las importantes. No pueda reprochársele a los ciudadanos que lo crean oportuno, por castigo, que hagan chiste y divertimento ante el esperpento valleinclanesco que provoca una situación de esa naturaleza, máxime cuando los españoles son unos aventajados en ese género literario.

Para establecer una ética de la gobernación, incluso si es una ética local, por ejemplo, se requiriere de mayores cuotas de donación particular y desprendimiento de quienes tienen el honor de una representación institucional, con mayor intensidad si se trata de una alta magistratura. Y la donación por emulación vendrá motu proprio de la comunidad. Al cabo, la comunidad premia las conductas que favorecen cualidades que realizan un trabajo con ejemplaridad o que incluso lo harían sin premio alguno. Hacer un uso correcto de las instituciones siempre exige mayor esfuerzo y renuncia que el no hacerlo. Dicha formulación y su despliegue en la sociedad obliga a la ejemplaridad. No existe virtud pública sin ejemplaridad. Con independencia al estado jurisdiccional en el que se encuentra el rey Emérito. El mismo rey emérito hubo de tomar medidas por propia decisión, por «servicio» al Estado, que es uno y lo mismo con los derechos de sus conciudadanos. Una sociedad democrática no sólo debe condenar sino desterrar los privilegios, pues que la sola condición de iguales en derechos y deberes lo demanda y lo hace incompatible con la misma democracia.

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