La nueva cita con la celebración del Día de Canarias llega sumida en el convencimiento de que las recetas con las que contábamos en 2021 han envejecido o han caducado. Aún con el aliento entrecortado por el esfuerzo descomunal realizado contra los efectos de la pandemia, Putin declara la guerra a Ucrania y se desatan una serie de consecuencias colaterales que ponen en evidencia la vulnerabilidad del mundo y la fuerte interdependencia política y económica entre los países. El Archipiélago no está fuera de este panorama inquietante, y en algunos casos se podría decir que está inmersa hasta el fondo en un nuevo orden marcado por el desasosiego ante el temor de que el escenario bélico vaya en aumento.

El expansionismo militar con el que Rusia se aplica en el Sahel viene a ser una de las principales alteraciones, que, en el ámbito internacional, sufre el Archipiélago. La retirada del tutelaje ejercido por Francia en territorios como Malí refuerza el intervencionismo desestabilizador de Moscú. Canarias, objetivo tradicional de los movimientos migratorios, podría ver afectada su seguridad fronteriza por desplazamientos de migrantes promovidos desde Moscú en su política de perturbar la seguridad europea.

El interés creciente de Putin en el continente africano pasa, sin duda alguna, por las alianzas que establece su ejército de mercenarios con grupos terroristas de corte fundamentalista. España debe estar atenta a la evolución de las preferencias del régimen moscovita, principalmente por su repercusión en la integridad del Archipiélago. No es el único riesgo: el conflicto de Ucrania, el granero del mundo, ha distorsionado el mercado alimentario y ha puesto en aprieto la logística de la ayuda humanitaria. La amenaza de una hambruna extrema se une a un cambio climático que agravaría la posibilidad de éxodos.

En una reflexión sobre los retos que afronta las Islas Canarias no debería estar ausente las relaciones del estado español con Marruecos. El año en curso subraya una relevante inflexión con respecto al reconocimiento de la propuesta autonómica del Reino de Mohamed VI para el Sahara. El Gobierno socialista de Pedro Sánchez la considera «más creíble» que la opción de un referéndum para la autodeterminación defendida por el Polisario.

Esta modificación histórica, a la que cada vez se adhieren más países, abre un novedoso programa de relaciones diplomáticas de España con Marruecos, donde Canarias es parte interesada en las negociaciones relativas a los límites de la mediana marítima, y a lo que la misma conlleva en cuanto a la explotación de los minerales del subsuelo del Atlántico. Un horizonte de entendimiento no sin complejidades dado el tradicional arraigo en las Islas a la tesis saharaui frente a la marroquí. Pero Canarias, en este sentido, debe valorar el comienzo de otra etapa y considerar cuáles son sus intereses de cara a la seguridad de los canarios y su territorio, siempre de acuerdo con el respeto a los derechos humanos y a los pronunciamientos de la ONU.

Mientras en la época de la pandemia quedó en evidencia la necesidad de incentivar el compromiso de la sostenibilidad y la economía verde, con la invasión de Ucrania ha quedado meridianamente clara la urgencia de una mutación del sistema energético internacional. La dependencia del gas ruso acelera la encomienda europea de las energías alternativas, un propósito irrenunciable para Canarias, tanto como la fijación de un modelo energético limpio que garantice el autoabastecimiento.

La Unión Europea, a través de sus planes de salvación poscovid, ha establecido una hoja de ruta indubitable para alcanzar la descarbonización progresiva del planeta. Canarias acaba de plantear la exención de la ecotasa aérea para los territorios insulares, dada su repercusión en el sector turístico. El imperativo de la sostenibilidad no puede aplicarse igual en los territorios ultraperiféricos que en los continentales. Tras una extensa etapa de ‘turismo cero’ por el descalabro de la pandemia, Canarias no puede permitirse retrocesos en su economía troncal.

El temor al desastre medioambiental debe estar en la punta de la pirámide, pero ello no significa que bajo dicho paraguas se fomenten regiones de primera y segunda. El Archipiélago, como territorio RUP, debe liderar frente a Bruselas y España una vigilancia extrema para evitar desigualdades indeseables como consecuencia de una aplicación indiscriminada de los programas de sostenibilidad, sin atender las peculiaridades territoriales y los modelos productivos.

En todo caso no debe interpretarse como una liberación para las Islas. Todo lo contrario. La reclamación debe tener como contrapartida un mayor esfuerzo en el cumplimiento de los objetivos: tratamiento de residuos; electrificación del parque móvil privado; transporte público; energías alternativas en las construcciones turísticas; urbanismo y arquitectura ecológica... Las iniciativas públicas, más si son con financiación europea, tienen que repercutir en la sociedad, mejorar la calidad de vida y el bienestar, especialmente de aquellos jóvenes que se ven abocados a a abandonar las islas por falta de trabajo. Hay que diversificar el sistema productivo, convertir la renta de situación y la baja fiscalidad en aliados para la fabricación de equipamientos electrónicos, sin ir más lejos.

La erupción de La Palma puso en marcha una corriente solidaria que atravesó la frontera nacional. Pero también los canarios estuvimos a la altura de las circunstancias, con una entrega que exhibió sin ambages los vínculos entre las islas. Resultó una prueba, aunque desgraciada, para el acercamiento. El mundo es cada vez más interdependiente y los canarios deben aprender de la aciaga experiencia que estamos viviendo, sobre todo en lo que refiere al trabajo en pos del bien común. Vuelven los grandes organismos supranacionales para contribuir a la paz o para defender las fronteras europeas. Canarias no puede quedar atrás ni tampoco aislarse. Debe estar, pero siempre sin renunciar a su canariedad.