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Billete de vuelta

Un arma de fuego y un coche

Hay dos instrumentos que marcan el genuino modo de ser de los norteamericanos: un arma de fuego y un coche. Ambos han marcado tanto el estilo de vida de los ciudadanos de ese país durante los dos últimos siglos que incluso cuentan con géneros cinematográficos específicos: el western y las ‘road movies’.

A los europeos nos cuesta trabajo entender esa cuestión cultural, implantada en el ADN de una nación de aluviones relativamente joven. Los americanos tienen en su coche el antídoto contra el sedentarismo: son nómadas que difícilmente gastan los días de sus vidas en una misma ciudad. Se mueven de manera habitual y cambian frecuentemente de hábitat. Incluso ven el cine desde dentro de su vehículo. La juventud de ese país le da más importancia a la llegada de la edad para obtener el carné de conducir que a la de ejercer el derecho al voto.

Por otra parte, la mayoría de los estadounidenses se identifica con la imagen del justiciero que porta un arma para defenderse no solo a sí mismo y a los suyos, sino a su sistema de convivencia. John Wayne es el prototipo mítico de ese modelo. La pasión por el colt, el revólver, el rifle está instalada en la sociedad desde la infancia. Ese gusto por sentirse armado tiene consecuencias nefastas que escandalizan al mundo entero, con sucesos trágicos como el reciente asesinato a tiros de 19 niños en una escuela de Texas por los disparos de un desequilibrado que portaba un fusil de asalto.

Si se preguntan cómo pudo un orangután del tamaño de Donald Trump ganar unas elecciones presidenciales en EE UU lean sus ultimas declaraciones y lo entenderán: para acabar con los ataques sangrientos en las escuelas lo mejor es armar a los profesores. Opinión compartida por millones de estadounidenses y aplaudidas por la Asociación Nacional del Rifle, cuya sola existencia repele.

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