La gloria debe de vestirse de amarillo. Esa es la condición 'sine qua non' para que la UD Las Palmas vuelva al Olimpo del fútbol. Ya no hay margen de error. La cuenta atrás ha comenzado sin remisión y la maldita estadística que escribía Mark Twain de nada sirve. No caben más excusas y la victoria es lo que demanda con exigencia una afición ávida de triunfos. La escuadra canariona ha rezumado detalles de madurez deportiva este año, impulsados en gran medida por Jonathan Viera, pero también ha mostrado algunas carencias a la hora de cerrar los encuentros. El jugador de la Feria ha sabido enfundarse con creces el dorsal 21, heredado de Juan Carlos Valerón, y será el gran hacedor de un partido para la épica. De la magia de sus botas depende el destino del club. Viera lidera un plantel que en último tramo de la competición ha ilusionado a la grada, siempre incondicional, a la que debe responder sin ambages este sábado. De hecho, muy pocos apostaban por este conjunto a mediados de temporada y con un discutible cambio de entrenador de por medio.

La hinchada, que trasladará de forma natural el espíritu del insular al estadio de Gran Canaria, tendrá un protagonismo decisivo. La catarsis entre jugadores y el tendido es el primer peldaño para abrazar las bondades del ascenso. El respetable no aguanta más sobresaltos y está huérfano de conquistas de las de verdad. Pasión balompédica en estado puro que debe ir acompañada por el compromiso inquebrantable del equipo. La entidad amarilla se enfrenta a la que es, sin duda, uno de los derbis más cardinales de su historia. El control del balón y subir la intensidad de su juego se atojan determinantes para desarbolar a un Tenerife, que jugará a la contra y buscará su oportunidad. El bueno de Francisco Pimienta tiene ante sí la primera final para aupar a la UD con los más grandes del fútbol y así poder regalar a la afición una fiesta en forma de ascenso.