La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

La crónica

El señor que mi padre recogía todos los días para alcanzarlo hasta su trabajo era diferente los lunes. El resto de la semana se hundía silencioso en el sillón del Simca 1.501. Era un sastre de cierto prestigio, aunque después lo dejó y se dedicó a vender baterías de calderos de los años setenta para ganarse mejor la vida. Al comienzo de la semana, el hombre venía con la resaca del partido de la Unión Deportiva en el Estadio Insular y se ponía a comentar de manera acalorada, tensa, las jugadas y las jugarretas del arbitro al equipo de sus amores y sufrimientos. Se veía que en cada encuentro lo pasaba mal, que le costaba amarrar en corto los nervios y no machacar el puro a mordidas. El lunes, por tanto, el ambiente era distinto. La rutina era ir semidormidos. Realmente su crónica, porque lo era, venía a ser una continuación del Carrusel radiofónico de los domingos por la tarde y que era el telón de fondo del retorno a casa, con los consiguientes sobresaltos del gol de turno, cuya exclamación se alargaba lo indecible (¡Gooool!), o por el anuncio de una bebida alcohólica azucarada, faltaría más. Mi padre, que no era un hincha desmedido, advertía a su vecino de que un día le iba a dar un infarto, aunque lo alertaba sin mucho énfasis, dado que a él también le gustaba aquella especie de droga para empezar la semana. El sastre era pródigo en detalles, no se dejaba atrás nada y siempre retomaba el hilo cuando temíamos por su extravío en la telaraña. Así todas la semanas, hasta que una de ellas falló. No estaba en el lugar de siempre, atildado, con su bigote bien recortado y la raya del pantalón perfecta. Nos quedamos sorprendidos y un tanto frustrados: ese lunes no había crónica ni nada que lo sustituyese. Mi padre entró en un silencio plomizo, agravado por la voz de circunstancias que salía de la radio oficial. Contrariados, lamentamos la desaparición imprevista de aquella crónica que nos hacía sentirnos por encima de los demás. Alguna vez llegamos a pensar que el sastre ensayaba la víspera para que le saliese perfecta. Incluso, no descartamos que la repitiese a lo largo de la jornada a sus clientes mientras se aplicaba con pulso en el corte de una tela. Hasta le invitamos a ofrecerse a alguna emisora como comentarista de los partidos. Y nos lo imaginábamos con su ¡gooooool! particular. ¿Qué había ocurrido? Pues el infarto que se le había pronosticado si seguía dando todo de sí mismo, sin una tregua al sosiego de la vida doméstica. Papá dijo que él vio clara desde el principio la situación y utilizó la palabra «análisis», un tanto extravagante para referirse al kit kat del sastre futbolero. El fulano siguió adelante, pero su condena fue que el cardiólogo le prohibió ir a los partidos, por lo que se convirtió en un ser mustio y hasta abandonó la pulcritud de su indumentaria. Si aquellas crónicas hubiesen seguido, mis posibilidades para ser anoche cronista del Derbi habrían sido más que rotundas, no sé si con o sin infarto. Estoy seguro de ello. Y lo hubiese hecho bien hasta con una amarga derrota.

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