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Carlos Gómez Gil

Observatorio

Carlos Gómez Gil

Criptopatrañas

Criptopatrañas Carlos Gómez Gil

Las monedas digitales, también llamadas criptomonedas, han explotado con una fuerza inusitada, haciendo saltar en pedazos esa gigantesca burbuja de mentiras y falsedades que se ha construido en torno a uno de los activos económicos ficticios más inestables de la historia.

A lo largo del mes de mayo, el mercado de ese maná anunciado por ignorantes y oportunistas como un nuevo El Dorado, conocido como criptomonedas, se ha hundido hasta niveles inimaginables. Lo normal para activos especulativos artificiales construidos a base de patrañas incomprensibles y disparatadas. La tercera criptomoneda en valor mundial de capitalización, llamada Luna, se ha vaporizado de la noche a la mañana, perdiendo el 99% de su valor, lo que se llama desaparecer por completo, llevando a miles de personas en todo el mundo a perder todo su dinero invertido. Lo mismo ocurrió con TerraUSD, una criptomoneda mucho más compleja, que de la noche a la mañana pasó a no valer nada, sin olvidar el derrumbe del Bitcoin o Ethereum, las dos principales monedas digitales que alcanzaron sus niveles más bajos.

Son muchos los criptoidiotas que ahora piden que el Estado asegure y regule sus delirantes caprichos especulativos basados en oscuros procedimientos digitales que exigen de un soporte informático, de programas e incluso de un consumo de energía que está al alcance de muy pocos. Hasta el punto de que redes criminales y de delincuentes en todo el mundo están controlando ese submundo de criptodivisas y cadenas matemáticas encriptadas de datos denominada blockchain porque sus actividades delictivas son imposibles de rastrear. Una magnífica garantía para meter nuestro dinero, desde luego.

¿Pondría usted sus ahorros en un submundo sin existencia física ni responsables, basado en sofisticados programas informáticos que están en manos de redes criminales o de organizaciones que trabajan para robar los fondos que otros incautos han metido en esas criptodivisas, con equipos informáticos que para funcionar necesitan un disparatado consumo de energía eléctrica similar al de algunos países, con un elevado coste que en muchas ocasiones se roba, basado en cadenas encriptadas de datos cuyo único comprobante obtenido es un código QR similar al que puede haber en un producto del supermercado? Pues eso es lo que representan las criptomonedas hoy en día, activos que algunos países están prohibiendo, que el FMI y la Comisión Europea estudian impedir, sobre los que los bancos centrales no paran de llamar la atención por su elevadísimo riesgo y volatilidad, pero que se siguen presentando como una divertida manera de invertir y convertirnos en ricachones, de la noche a la mañana.

Hasta ocho premios Nobel de Economía, tan distinguidos como Paul Krugman, Robert J. Shiller, Joseph Stiglitz o Ricard Thaller, han pedido su prohibición, mientras en redes sociales y en no pocos medios de comunicación siguen apareciendo chavalotes que no han terminado la ESO para animar a meter dinero en monedas cuyo funcionamiento ni siquiera ellos comprenden, sin olvidar a otro grupo de oportunistas que consideran un signo de modernidad apostar por un mercado virtual, mezcla de timo y de idea espantosa, que se ha convertido en reducto de delincuentes en todo el mundo.

Son muchos quienes defienden que este desastre vivido en estas últimas semanas en torno a las criptomonedas no es más que la punta de lanza del gigantesco terremoto que se avecina. La inexistencia de legislación, regulación, control y supervisión de ningún tipo, el hecho de que todo circule por internet mediante sistemas altamente sofisticados de minería digital encriptada, la facilidad de hackeos informáticos utilizando nuevas tecnologías al alcance de muy pocos, como los ordenadores cuánticos y la sucesión de chiringuitos creados para el intercambio y custodia de criptomonedas que aparecen y desaparecen en días, llevándose consigo y sin posibilidad alguna de reclamación todo el dinero de sus incautos inversores, son motivos más que sobrados para demostrar la necesidad de intervenir sobre un submundo de codicia, de mentiras y desconocimiento, aunque, eso sí, envuelto en tecnología digital y palabras incomprensibles.

Y por si todo ello fuera poco, mientras atravesamos una formidable crisis de la energía con un imparable encarecimiento de la electricidad, junto a un desabastecimiento de materias primas y tierras raras esenciales para avanzar hacia la descarbonización y la energía verde, el mundo de estas monedas digitales se sustenta en algunos de los desequilibrios energéticos, ecológicos y de recursos más formidables. Y no es exageración. En estos momentos, la minería de criptomonedas a nivel mundial consume tanta energía eléctrica como la que consume Argentina, unos 148 teravatios hora, algo que la humanidad no se puede permitir.

De manera que no parece que una tecnología restringida y altamente sofisticada, sin control alguno, en manos de grupos anónimos y países inciertos, sea la más adecuada para depositar nuestros ahorros obtenidos con tanto esfuerzo. Por el contrario, las criptomonedas se basan en avances tecnológicos orientados a amplificar la riqueza de sus minoritarios usuarios a través de una combinación de sofisticadas tecnologías digitales, opacidad, evasión fiscal, ausencia de regulación y control, junto al uso de espacios ajenos a la sociedad donde opera a sus anchas la economía criminal. Todo ello abre inquietantes brechas nuevas de acumulación, poder y desigualdad.

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