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Marina Casado

Un carrusel vacío

Marina Casado

El regreso de los Rolling Stones

Desde un punto de vista cultural, sospecho que he nacido unas décadas tarde. Quizá por eso me sentí en su día tan identificada con el protagonista de Medianoche en París, mi película favorita de Woody Allen –algún cinéfilo me mataría por esta afirmación–. Gil Pender, interpretado por Owen Wilson, sueña con el París de los años veinte y una noche, por arte de magia, se traslada a esa época y conoce a sus grandes referentes culturales: Francis Scott Fitgerald, Pablo Picasso, Ernest Hemingway, Luis Buñuel… El sueño se repite cada noche, pero solo dura hasta el amanecer.

Hace algo más de una semana, yo también tuve la ocasión de viajar en el tiempo sin moverme de mi época. Los Rolling Stones volvieron a España para iniciar su “Sixty Stones Europa Tour”, la gira con la que homenajean los sesenta años de la banda. Fue en el Wanda Metropolitano de Madrid, ese estadio pantagruélico, alejado de cualquier rastro de civilización, por el que el Atlético de Madrid cambió su tradicional Vicente Calderón. Tras casi siete horas de espera, las pantallas comenzaron a mostrar imágenes del batería Charlie Watts, el último Rolling caído en combate, a modo de homenaje. Entre vítores, Mick Jagger, atemporal y despampanante, confesaba que era la primera gira del grupo sin Charlie y que “lo echaban mucho de menos”. Se decía que el temperamento más flemático de Watts serenaba la constante tensión entre Jagger y Keith Richards. Los tres eran supervivientes de aquella banda original surgida en los sesenta y sustentada por el genio de Brian Jones, el malogrado Brian Jones, que se precipitó en una espiral de droga y violencia y que en 1969, tras ser expulsado de la banda por sus compañeros, fue hallado muerto en su piscina, convirtiéndose en el primer miembro oficial del tristemente célebre “Club de los 27”: rockeros que fallecieron a los veintisiete años en extrañas circunstancias, como Jimi Hendrix, Janis Joplin o Jim Morrison.

De aquella banda original solo quedan Jagger y Richards, porque Roonie Wood se unió en 1975 y no ha sido del todo aceptado por los más puristas. En el concierto, hubo también un pequeño homenaje para él, ya que ese mismo día cumplía 75, una edad nada desdeñable para dar conciertos de rock de más de dos horas. Lo irónico es que sigue siendo el benjamín del grupo, porque Jagger y Richards, nacidos en 1943, alcanzarán los 79 este año. De Mick nadie lo diría, a juzgar por los saltos y los bailes con los que nos deleitó, demostrando encontrarse en una envidiable forma física que desafía al estilo de vida que han debido de llevar durante décadas. Verdaderamente, parece haber vendido su alma al Diablo o ser el mismísimo Diablo, a quien encarnó en uno de sus temas más populares: “Sympathy For The Devil”, basado en el libro El Maestro y Margarita, de Bulgakov, que fue un regalo de una de sus exnovias más célebres: Marianne Faithful.

El concierto estuvo plagado de clásicos: “Beast Of Burden”, “You Can’t Always Get What You Want”, “Honky Tonk Woman, “Miss You”… Hubo una sorpresa, “Out Of Time”, que interpretaron por primera vez en directo –se dice que es un tema “maldito”–, y alguna canción de nueva hornada como “Living In A Ghost Town”. El final, apoteósico, comenzó a partir de “Start Me Up” y continuó con “Paint It Black”, “Sympathy For The Devil”, “Jumpin’ Jack Flash” y “Gimme Shelter”, el tema que compusieron contra la Guerra de Vietnam y que, en esta ocasión, utilizaron para denunciar la actual situación en Ucrania. El estadio entero –nada menos que 45.000 asistentes– acabó vibrando con el mítico “Satisfaction”, del que la leyenda dice que surgió a partir de un sueño de Keith Richards.

Me faltaron dos favoritas que sí interpretaron en 2014: “Angie” y “Brown Sugar”. De la primera cuentan que solo nos gusta a los españoles; respecto a la segunda, sospecho que el afán de corrección política los ha conducido a eliminarla del programa. Una canción que contempla el tema del esclavismo desde un punto de vista algo frívolo podría levantar mucha polémica en una época en la que hasta Blancanieves va a ser interpretada por una actriz mulata. El asunto de si debemos sacar las cosas de quicio hasta tal punto me daría para otra columna, así que, por ahora, me limitaré a insistir en mi emoción por haber viajado, por tercera vez en mi vida –la segunda fue en un concierto de Paul McCartney– a la década musical de los sesenta. Y ese sentimiento persiste más de una semana después. Lo que vivimos el 1 de junio fue rock en estado puro y la confirmación de que hay otros reyes contemporáneos a quienes admiro, además de Melchor, Gaspar y Baltasar. ¡Larga vida a Sus Satánicas Majestades!

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