La Provincia - Diario de Las Palmas

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Antonio Perdomo Betancor

Objetos mentales

Antonio Perdomo Betancor

Confesiones lingüísticas

Incluso los analfabetos hablan una lengua nativa, pero no sólo en España sino en el resto de los países. Por consiguiente, todos los habitantes de un país hablan una lengua, puede ser incluso que la hablen rudimentariamente aquéllos que no la estudian como lengua de conocimiento y cultura. Que es a lo que se denomina una lengua vehicular y que tan raudamente con la colaboración entreguista del Gobierno de España han eliminado del sistema educativo. Por eso es una falacia proclamar que en Cataluña los catalanes entienden el español sin estudiarlo, naturalmente que lo entienden, pero no lo comprenden con la hondura y precisión que las personas instruidas y cultas lo entienden y que, precisamente, se adquiere cuando la lengua en cuestión constituye la lengua vehicular de la educación. Esta es la gran diferencia. La gran diferencia que callan sus voceros cuando con simpleza argumental se refieren a la lengua española. Por ello mismo es el afán del estamento que detenta el poder, la de la viaja guardia tradicional de la burguesía catalana y, por intereses de parte, el entreguismo gubernamental. Cuyo resultado es el desamparo y la indefensión de la mitad de la población de Cataluña para a ejercer su libertad de elección y convivencia natural entre lenguas. Pero es justamente esa convivencia entre lenguas lo que rechazan y desafían. Al hacerlo así provoca entre la feligresía una lucha por alcanzar la pureza del certificado de lenguas y el perdón de la clase dominante a la que el señor Rufián se esfuerza en pertenecer. Sin conseguirlo. De modo que se afana, a pesar de que se lo desprecian por charnego, confiando, quizá vanamente en ser aceptado como de uno ellos, y cuya honda patología expresa en respuestas políticas absurdas y surrealistas. La última respuesta acerca de la política lingüística es de apenas hace nada, ayer quizás o anteayer, es la respuesta a la pregunta de una periodista en la que con desparpajo él dice que no entiende el español porque es catalán. La respuesta atropella la lógica como es natural en la política y la damos por hecho, pero lo que señalo es que el señor Rufián mira por sí mismo, y revela los denodados esfuerzos de quien paga un peaje por alcanzar un respeto de sus jefes, de difícil aceptación. Que a la postre es el servilismo raramente triste de quien ni siquiera sabe de si su servilismo será compensado, que alcance la recompensa de pertenecer al ansiado pueblo monolingüe. Precisamente el señor Rufián no es un intelectual, porque los intelectuales por su propia connotación de librepensadores han abandonado por su propia cuenta ese oasis de libertad o han sido condenados al ostracismo, porque la atmósfera se les hace irrespirable para expresar libremente el pensamiento. Cataluña no es exactamente una tierra abonada para este menester, a no ser que se guarde silencio, pero qué sentido tiene un intelectual que guarda silencio cuando que lo que la comunidad pide, a gritos, es no sentirse perturbado, intimidado, insultado o ridiculizado por los modos lingüísticos. Ejemplos son los que sobran de actitudes semejantes.

Este vigilar y castigar a los estudiantes, espiarlos en los recreos por orden de la autoridad educativa, precisamente en el espacio donde más libremente se expresan perjudica la salud psico-anímica de los estudiantes. Con la colaboración entusiasta de los colectivos subrogados de las instituciones educativas a los animan a delatar y denunciar a los profesores que se expresan en la lengua de Cervantes. Moralmente reprobable es pensar, además, la sugerencia de la creación de una policía moral de la conducta lingüística. Pero se ha creado. Naturalmente contra los hablantes del español. Espiar el modo de expresión lingüístico importa menos si son profesores los que hacen tan educativa y ejemplar labor o propiamente por comisarios políticos de la cosa, que siempre se ofrecen los más capullos, para evitar que, en los recreos de los estudiantes, precisamente en el lugar donde más libremente los escolares se sienten, o, ya dentro de las mismas aulas sean denunciados aquellos profesores que se expresan en español. Profesores contra profesores, alumnos contra alumnos, alumnos contra profesores y viceversa, denuncias cruzadas, nada es más propio para el éxito de un sistema educativo. Es de razón que este ambiente tóxico no coadyuva al ya de por sí complejo y enrarecido sistema de aprendizaje que ya cuenta con sus propios problemas. La necesidad psíquica y anímica de sentirse libre en un ambiente educativo resulta esencial, inconcebible nos parece la vigilancia de profesores y alumnos sobre el uso de la lengua de preferencia. Pero esa es la realidad. Tal perspectiva me retrotrae a la severa y ominosa vigilancia de los sacerdotes en época nacional-católica, al desprecio a la libertad en los regímenes autoritarios y del socialismo real, en suma, es el caso de la represión brutal contra la libertad del individuo.

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