La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Augusto Hidalgo

Futuribles | Foro de Editorial Prensa Ibérica para la Innovación

Augusto Hidalgo

Ciudades ‘futuribles’

Hace 14 años, siendo responsable de recursos humanos del Ayuntamiento que hoy presido, se puso en contacto conmigo un jefe de servicio para informarme de un conflicto laboral que se estaba produciendo con los trabajadores a su cargo. El asunto en cuestión era la introducción de una herramienta informática que iba a agilizar todos los trámites de ese departamento, reduciendo a segundos lo que en ese momento requería días y la utilización de numerosos trabajadores públicos para realizarlo.

Ciudades ‘futuribles’

La protesta se concretaba en el miedo de estos trabajadores a ser inútiles para las tareas que, en muchas ocasiones, de manera mecánica, llevaban realizando toda su vida laboral. Evidentemente, tras convocar a todos los implicados y soportar el escrutinio de aquellos que me miraban inicialmente como el jefe tirano que introducía una máquina diabólica que les iba a mandar a las filas del paro, la cosa no fue a mayores.

Esta situación me recordó a las protestas ludistas de principios del siglo XIX en Inglaterra, donde los trabajadores atentaban contra las máquinas que la Revolución Industrial les había traído y que, suponían, iba a acabar con la mano de obra humana. ¡Así, como de un acto liberador, se atentaba contra los telares industriales británicos, quemándolos!

Ese miedo ludista, que circunstancialmente sufrieron los trabajadores municipales, ha sido una constante durante los últimos siglos. La revolución tecnológica que estamos viviendo ya no provoca la quema de, en este caso, ordenadores o smart phones, aunque a veces queramos tirar por la ventana el de nuestra hija adolescente. Pero sí provoca iniciativas tan curiosas como, por ejemplo, la solicitud de imponer el pago del impuesto sobre la renta a robots.

Este tipo de propuestas que caminan entre el miedo y la ciencia ficción tiene, como hilo conductor, los avances tecnológicos que hoy nos encaminan hacia la llamada Inteligencia Artificial. Si las máquinas podrán pensar como los humanos, ¿por qué no responder a las mismas responsabilidades que los humanos? ¡Que paguen impuestos! Le he oído a algún responsable sindical.

A pesar de que el gurú de Sylicon Valley Ray Kurzweil dijo en 1999 que la técnica del genoma humano nos permitiría en unos años mapearlo de tal manera que manejáramos nuestros recuerdos humanos como archivos informáticos, borrándolos, incorporando nuevos, o copiando en máquinas facultades hoy solo reservadas a los humanos, lo cierto es que 20 años después estamos muy lejos de lo que llamamos Inteligencia Artificial en sentido fuerte, y nos conformamos con que Alexa o Siri nos baje las persianas de la casa o nos busque la farmacia de guardia más cercana. Bueno, y algunas cosas más... Que no es poco.

Hoy podemos decir, como nos recuerda el neurocientífico Joaquín Fuster, que el cerebro humano no funciona como un ordenador sino como internet. Sus millones de conexiones sinápticas y su plasticidad lo hacen hoy irreproducible, pero no significa que reproducirlo en el futuro sea imposible.

Por tanto, volviendo al dilema de los trabajadores y las máquinas, aún no podremos introducir todos los hechos de, por ejemplo, un proceso judicial en una máquina y esta expedirnos una sentencia en cuestión de segundos, sin agentes judiciales, secretarios, sin jueces,… Rotundamente no. O, al menos por ahora. Quizás vamos hacia una administración donde en el futuro un ciudadano introduzca sus datos en un móvil y obtenga en segundos una licencia urbanística, o su denegación. Pero incluso eso, por ahora, aunque estemos cerca, tampoco.

La tecnología en la administración pública, como en el sector privado, debe atender al hecho antes señalado de que, por ahora, no podemos sustituir al cerebro humano. Pero la administración pública sí puede ser un actor determinante en el desarrollo, no proporcional, sino exponencial, de la calidad de vida de nuestra especie a través de la tecnología hoy a nuestra disposición. Y ese sí es un elemento que no podemos soslayar. Es más, es una obligación moral, y por tanto muy humana, para mejorar como sociedad. Al igual que la administración pública modela las sociedades en las que opera construyendo infraestructuras clave para el desarrollo de su hábitat circundante. Igual que la construcción de una presa, una autopista de circunvalación, un tranvía, un metro o un puerto pueden determinar el devenir de una ciudad, conduciéndola hacia la prosperidad o la decadencia.

Hoy, las autopistas de la información, el ecosistema donde se gestiona ésa información y, lo más importante, la información generada por todas las cosas, es decir, los datos, determinan el devenir el desarrollo humano. Y las ciudades son ese ecosistema perfecto para su experimentación, como ha pasado en todo avance tecnológico en los últimos 6.000 años.

La información siempre ha sido fundamental para todo en la vida. En la II Guerra Mundial, el saber las capacidades de ataque y movilidad de un tanque Panzer alemán era fundamental para las operaciones bélicas aliadas.

Era información analógica que se gestionaba con medios analógicos. Hoy saber cómo se mueve un coche por la ciudad, qué velocidades medias alcanza, cuáles son los itinerarios habituales de su dueño, donde busca aparcamiento, si tiene un accidente, cual es la situación de sus ocupantes, cuáles son los recursos de emergencia necesarios para atenderle según la gravedad del accidente, el análisis pormenorizado del accidente para determinar las responsabilidades del mismo, y así un largo etcétera, es información hoy tecnológicamente accesible, requiere una inversión en hardware relativamente barata y supone una mejora en la condiciones de vida de los ciudadanos y visitantes. Pero es más, genera relaciones comerciales, por tanto mejora la economía y, por tanto hace prosperar a la sociedad donde se gestiona democráticamente ésa información.

Por eso, en la administración que presido estamos volcados en ese proyecto silencioso pero que no nos diferencia de cualquier otra gran urbe mundial, a no ser por la escala o el tiempo perdido las últimas décadas, en recorrer este camino. Necesitamos datos, y para eso necesitamos que las cosas nos den esos datos. Por eso en el proyecto de Smart City de la ciudad, el más grande en la segunda generación de los apoyados por el Gobierno central, apostamos por recorrer el camino de la sensorización.

Hace unas semanas sacamos el concurso de licitación de la sensorización de nuestro alcantarillado, ya estamos terminando la de todas la plazas de aparcamiento en superficie de la ciudad, una a una, lo tenemos previsto en todos los contenedores de basura de la ciudad, en los sistemas de riego de los jardines y parques, o en proyectos tan emblemáticos como el Smart Beach de La Playa de Las Canteras, donde calibraremos todo, aire, calidad de agua, arena, mareas, densidad de población disfrutando de la misma,… al tiempo estamos desarrollando o comprando software que, por ejemplo, analizarán la información de las cajas negras que tendrán todos los vehículos de forma obligatoria en unos años, pero que ya hoy utilizamos en simulaciones en 3D exactas de atestados policiales en las que reproducimos los hechos con absoluto realismo.

Es decir, necesitamos generar un Big Data urbano que gestione de forma inteligente toda esa información para mejorar, simplificar, en definitiva, hacer más eficiente los servicios dados a la ciudadanía y la vida de la gente. Pero, además, debemos, en una sociedad democrática y transparente, poner a disposición de la ciudadanía esos datos, en un gran Open Data, que sea utilizado por la actividad privada para generar economías de escala, en la máxima igualdad y competencia, para hacer prosperar a la sociedad. Más que límites, la administración debe poner las reglas del juego que propicien la competencia y, al tiempo, debe establecer un entorno normativo justo y estable que atraiga la inversión. Y esto lo debemos hacer también sacando partido a nuestras ventajas comparativas.

Hace años, Gustavo Santana, informático y empresario de una empresa de base tecnológica ahora afincado en Miami, me dijo que Canarias debía solo redirigir el foco de una industria inmensa como la del turismo, con sus plazas hoteleras, las conexiones aéreas, turoperadores, agentes de viajes, y, por supuesto, nuestro clima y geografía privilegiada, para atraer otro tipo de visitantes que atrajeran, a su vez, recursos e inversión. Él fundaría uno de los primeros coworking y sería pionero en una ciudad, la nuestra, que se ha convertido en la referencia nacional de nómadas digitales y estar en los primeros puestos de Nomad List del planeta.

Este, el de los nómadas digitales, es ese tipo de ejemplos que demuestran la capacidad de impulso público y privado que van transformando la sociedad de manera progresiva y de manera imperceptible para el día a día económico, pero determinante en el medio plazo para el crecimiento y la generación de empleo de calidad.

Porque los cambios estructurales suelen ser imperceptibles en el corto plazo. Y la ciencia ficción tiende a darnos una visión distorsionada de la realidad y unas expectativas erróneas de los objetivos a alcanzar. De hecho, el concepto de smart cities en España nace del proyecto del Ministerio de Industria en 2004, cuando reunió a más de 30 empresas de diversas actividades para crear la denominada ‘Comunidad Digital’. Fruto de esas reuniones surgió un efímero proyecto de ‘Ciudad Digital’ de 5.000 metros cuadrados emulando las propuestas de socialistas utópicos del siglo XIX como los Falasterios de Fourier o New Harmony de Robert Owen. Hoy algún país de oriente está gastando petrodólares en alguna ciudad probeta cuasiutopica de este estilo. Pero volverá a ser un error querer encontrar ahí todas las soluciones a las controversias humanas en sociedades complejas.

Sin duda, mientras algunos siguen confundiendo el silicio de los chips con las conexiones sinápticas de las neuronas, yo confío en el progreso humano y estoy convencido en que este se desarrolla de manera exponencial e inexorable, y se está produciendo ya, de mano de la tecnología, como siempre, lo está haciendo en las ciudades, donde vivirá el 80% de la población mundial en menos de 30 años. Así que no se trata de si lo veremos o no, se trata de que lo estamos viendo ya.

Compartir el artículo

stats