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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Atraso galdosiano

Aninguna ciudad natal de un escritor reconocido le sienta bien que su geografía o recuerdo no aparezca en la páginas de su celebrada y reeditada obra.

Es el caso de Galdós y Las Palmas de Gran Canaria, donde el escritor puede que sea menos leído que en otros lares, pero al menos tiene una Casa-Museo donde se cuaja el espíritu reconciliador contra aquella leyenda que atribuía al autor varios golpes secos contra los adoquines para quitarse el sucio polvo del terruño de sus botas de joven airado. Una limpieza/purificación que, sin demostración ni contraste alguno, sobrevivió en el imaginario colectivo canarión en modo afrenta. El Congreso Galdosiano, que comienza mañana, viene desde 1973, casi cincuenta años en la brega de normalizar a Galdós e incorporarlo al orgullo isleño. Un empeño inconmensurable dada la influencia de los que le echaban mierda: en 1961, el obispo Pildain, antigaldosiano hasta el vómito, maniobró para intentar frenar la inauguración de la sede de la calle Cano. Una campaña de agitación ultra, de la que quedaron testimonios tan suculentos como la carta que el prelado escribió al diario de la Falange Arriba: «El que lleva [Galdós] su sectarismo hasta algunos de sus mismos episodios nacionales, en los que se muestra, además de anticlerical, anarquizante entusiasta de la subversión, de la rebelión y hasta la descomposición de la Patria». Un juicio de valor, si le puede llamar así, que el influyente Obispo difundió con la ayuda de los caciques locales, los confesionarios y la educación. No se conoce hasta ahora ningún perdón público de la Iglesia por las pildanadas, cuyo daño a la obra y al saber galdosiano está fuera de toda duda, aunque muchos lo rebajen a la categoría de anécdota.

El enconamiento eclesiástico no se puede dejar atrás a la hora de acotar la tibieza, a veces analfabetismo galdosiano, con la que los palmenses digieren el corpus del escritor. Yolanda Arencibia, catedrática, biógrafa de Galdós y secretaria del Congreso, lamenta el maltrato que el errático sistema educativo inflige al creador, como si aún quedase un poso de las maledicencias y ataques que desde España lograron que no consiguiera el Premio Nobel. Ruindades empleadas también contra su candidatura como académico. Quizás algún día el Congreso Galdosiano se celebre en una ciudad como el Edimburgo de J. K. Rowling y su Harry Potter, o el Estocolmo de Astrind Lindgren y su Pipi Calzaslargas; el de Kafka y su Praga; James Joyce e Irlanda; Sicilia y ‘El Gatopardo’ de Lampedusa... Y así una larga nómina de escritores que son parte de la ciudades que le vieron nacer, donde escribieron su obra o donde adquirieron las primera herramientas emocionales para levantar un auténtico imperio literario, como fue el caso de Galdós. Una empatía, cierto, que no se consigue en poco tiempo, un objetivo que sin mimo es imposible alcanzar. El acoso y derribo fue tremendo, desde muchas instancias, por lo que la reparación tendrá que ser múltiple y sincera.

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