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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Más se perdió en Cuba

Se han fijado cómo, para las situaciones más penosas, siempre tenemos a mano un referente literario, mitológico, histórico o religioso, que en cierto modo pone en perspectiva nuestras cuitas y nos sirve de consuelo?

Si me veo enmarañado con la Administración General del Catastro por una titularidad que me ha sido indebidamente atribuida, de qué me quejo si me comparo con las vicisitudes sin fin de K, el protagonista de la novela de Franz Kafka, en sus lancinantes esfuerzos por penetrar la infernal burocracia del Castillo.

Cuando me he metido en un lío económico, y veo acercarse ineluctablemente el vencimiento de una letra inconscientemente aceptada en un alarde de optimismo, la tragedia de Edipo me sirve de cuidado paliativo. No es lo mismo ver venir un pago sin los necesarios fondos, que afrontar como el pobre Edipo la profecía del oráculo de Delfos, anunciándole que además de matar a su padre, había de contraer matrimonio con su propia madre, eso sin contar que encima se había de quedar ciego. Supongo que por caridad no quiso anticiparle que sería el propio Edipo quien en su desesperación se arrancaría los ojos con los botones de su túnica.

Me veía últimamente asaetado por un recurrente fallo de la instalación eléctrica de mi casa, al irse la luz una y otra vez, sin que el electricista diera con la esquiva avería. ¿Como para sacar de quicio a cualquiera? Pues imagínense ahora el estado de ánimo del pobre Sísifo, rey de la antigua Corinto, castigado a empujar cuesta arriba de una montaña un tenique, que antes de alcanzar la cima, volvía a rodar cuesta abajo, y así una y otra vez, sin que al final como en mi caso viniera un operario a afianzar el maldito piedro en la cúspide del monte.

U otro predicamento con el que me he topado con cierta frecuencia, el de apelar a algún amigo o especialista en un tema, para resolverme un problema, y constatar como el susodicho se me pone de perfil, y como el que oye llover, pasa un kilo de mí.

Pues en un caso como este, me sirve de consuelo el ejemplo de Jean-Baptiste Bernadotte, el mariscal de Napoleón que fue escogido como nuevo soberano por los suecos, cuya monarquía se había extinguido. Siendo la elección obvia, para hacerle la pelota al emperador y ganarse sus favores, éste no puso reparos. Pero se encontró con que su mariscal le salió rana. Hasta el punto que ante sus desaires y silencios con su antiguo comandante, este llegó a exclamar exasperado «¡este Bernadotte se me está haciendo el sueco!».

Vamos, que si tenemos algún problema, quitémosle la espoleta a nuestros aprietos remitiéndonos a situaciones suficientemente publicitadas en la historia, la mitología, la literatura, o hasta en la Biblia. Cuando nos esté poniendo a prueba algún familiar pesado, piensen en las penalidades infligidas al santo Job, desde los ataques a su hacienda, hasta el repudio de su mujer o la muerte de sus hijos, y verán que nuestro predicamento doméstico tampoco es para tanto.

Lo cual me lleva, si me lo permiten, a una pequeña aclaración sobre mi situación personal. No teman: ni el Catastro, ni Hacienda, ni los cortocircuitos domésticos ni la brasa de algún allegado conseguirán convertirme en protagonista de una nueva tragedia griega.

¡Yo estoy encantado de la vida!

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