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Marina Casado

Poetas del rock

«Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos». Así comienza, traducida al español, la letra de uno de los temas más célebres de Patti Smith: «Gloria», inspirado en la canción homónima de Van Morrison. Lo escuchamos hace unos días en el Jardín Botánico de la Universidad Complutense de Madrid, en la voz de la mismísima Patti, que ardió en el escenario como una luz fiera e incorruptible. La cantante de 75 años lucía su cabello blanco trenzado y una vestimenta sobria –chaleco y chaqueta oscuros–, como en aquellos tiempos en los que comenzaba a conquistar la Nueva York de los setenta: la época de Dylan, de la bohemia, de los beatniks. Ella, una poeta enamorada del rock, presentó su primer álbum en 1975, el mítico Horses, cuando triunfaba el punk. La fuerza de su voz y de su mensaje, cuajado de matices feministas y rebeldes, la elevó a la fama casi de inmediato. «La Madrina del Punk», como empezaron a llamarla, adoraba a Arthur Rimbaud desde su adolescencia y trataba de seguir su mensaje anárquico y rompedor: experimentar todas las sensaciones. Ya lo había intentado anteriormente el malogrado Jim Morrison, vocalista de The Doors. También en su obra musical hay mucha poesía.

La poesía, la literatura en general, se entrelaza estrechamente con el rock. Lo sentí en el concierto de Patti Smith, cuando la cantante recitó con emoción un poema de Allen Ginsberg, «Holy» («Santo»), poseedor de un mensaje reivindicativo, blasfemo para algunos. Ginsberg, perteneciente a la Generación Beat, también había revolucionado América en un plano lírico gracias a su obra cumbre: Aullido (1956), un largo poema escrito en versículos a causa del cual el editor Lawrence Ferlinghetti fue llevado a los tribunales, acusado de haber publicado un texto obsceno. Otro escritor beatnik, William S. Burroughs –autor de Yonqui–, mantuvo una amistad en los noventa con Kurt Cobain, vocalista de Nirvana, que incluso intentó convencerlo –sin éxito– para aparecer en el videoclip de uno de sus temas, «Heart-Shaped Box», representando a un viejo Cristo crucificado. Y Janis Joplin, unas décadas antes, también había sido muy cercana al movimiento beatnik, llegando incluso a interpretar un tema basado en un poema de su gran amigo Michael McLure: «Mercedes Benz».

Podría continuar un buen rato escribiendo acerca de conexiones entre la Generación Beat y el rock, pero esta circunstancia ni siquiera se reduce a una sola generación literaria. Desde un punto de vista tanto nacional como internacional, las relaciones son intrínsecas e incuestionables. En 2016, engendré un largo ensayo que recogía bastantes de ellas, cuyo título estaba inspirado en un tema de The Doors: «The Crystal Ship». Publiqué El barco de cristal. Referencias literarias en el pop-rock en Líneas Paralelas, una editorial que desapareció hace años, probablemente por la ineptitud de su editor, cuyo trato hacia mí dejó bastante que desear. Una pena, dado el interés que parece generar el tema del libro, pues cada cierto tiempo me escriben personas preguntándome cómo pueden conseguirlo, algo que es prácticamente imposible en la actualidad. Mi «descubrimiento» –entrecomillado, porque ya se ha escrito mucho sobre rock y literatura– se lo debo a Jim Morrison, de nuevo. Desde que encontré el primer disco de The Doors entre la colección de discos de mi padre, algo cambió para siempre. Tendría diecisiete o dieciocho cuando me adentré en un mundo salvaje e intelectual, poseedor de una misteriosa lucidez que no podía explicarse con el lenguaje de los hombres. Por entonces, mi hermano pequeño ya era un gran conocedor del género del rock y aprendía –de un modo admirablemente autodidacta– a tocar la guitarra eléctrica. Interpretaba, junto a un amigo del instituto, éxitos de Héroes del Silencio y otras bandas de antaño. Lo de adorar la cultura pretérita me viene, ciertamente, de familia. Con esto quiero decir que el rock ya era un territorio explorado en casa, porque mi padre también estaba muy familiarizado y gracias a él pudimos también estarlo nosotros.

Yo no esperaba fascinarme hasta tal punto. Morrison, con sus ojos grises y ese aire seductor y rebelde, resultó ser un poeta que, casi por casualidad, vio cruzarse el rock en su camino. La mayoría de las letras de sus canciones e incluso el propio nombre del grupo, The Doors, tienen un origen literario. Al final de su vida, destrozado por el alcohol, se retiró de los escenarios y fue a naufragar a París junto a su musa, Pamela Courson. Allí también había vivido, con la misma intensidad, su ídolo, Arthur Rimbaud, que más adelante sería llamado por Patti Smith «el primer niño del punk rock». El malditismo en el rock es un territorio fértil.

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