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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

La partida acaba de empezar

Tras el batacazo sufrido en el sur –doble, si pensamos en la ruptura con Argelia–, Sánchez mira hacia el este a la espera de que no se cumplan las peores expectativas para este otoño. Es el juego de Moscú, convencido de que la inflación y la escasez pueden hacer ceder a los europeos antes de que Rusia empiece a flaquear. La política interna tiene mucho de global, y más cuando un país –como el nuestro– está sujeto a las condiciones de un protectorado. Sin la ayuda y el crédito de la Unión, hace tiempo ya que España habría doblado la cabeza por falta de financiación. El espejismo de los presupuestos expansivos de estos últimos años durará lo que diga Bruselas y sus necesidades, y está por ver si la manga ancha con los países mediterráneos se prolongará mucho más o si los créditos llegarán a cambio de reformas y de duros recortes en nuestro precario Estado del bienestar. Sánchez necesita que se firme la paz en Ucrania, como en realidad lo necesita toda Europa, ante una oleada de malos datos económicos que –al menos en clave bursátil– empiezan a recordar el ritmo infernal del trágico 2008. El miedo en 2022 es un clima, o una atmósfera si se prefiere, que tiene algo aún de vaporoso y, por tanto, de delirio irreal: los hoteles llenos, los aeropuertos bajo presión, el virus –dicen– domesticado, la guerra en la lejanía, las autonómicas y municipales a la vuelta de la esquina invitándonos a abrir la espita del gasto público. Sánchez lo sabe y cuenta las semanas y los meses, mientras mira hacia fuera confiando en que cambien las circunstancias. Enrocado como Rajoy, su lema también es perseverar.

Feijóo demuestra la habilidad de un buen jugador de póker. En tres meses, ha logrado que la sociedad española interiorice que es el único adulto en la sala. En épocas de crisis, la experiencia, la seriedad, la consistencia son valores importantes. Por supuesto, siempre hay un punto de fachada en la política; de relato, que dicen los politólogos. Pero el ciudadano se mueve por proyecciones, por expectativas. Entre las creencias firmes del español medio se encuentra la confianza de que el PP gestiona mejor la economía. Poco importa si esto es así o no, porque tan decisivo como la realidad es lo que nosotros creemos que dice la realidad. Feijóo, el gestor gallego, el político de rostro adusto, el hombre que no responde a las provocaciones, ha impuesto un discurso único: España no necesita más gobiernos sometidos a las exigencias gaseosas de coaliciones antinatura. Por ahora le funciona, sin necesidad de elevar el tono. Un PP sin Vox tranquilizaría a las elites de Bruselas, que sueñan con una gran coalición. Quizás España vuelva al bipartidismo, aunque todavía es pronto para afirmarlo. Si algo nos ha enseñado esta última década es que no hay nada previsible, salvo el ridículo.

No sería la primera vez –ni será la última– que el resultado de unas autonómicas no se traduce en las generales. Pero lo cierto es que los populares en Andalucía han conseguido un triunfo histórico. Entramos en una terra incognita que puede tener efectos sísmicos sobre otras comunidades. Pasado el verano, habrá que observar el crecimiento de las tensiones y si ceden o no los distintos nudos de malestar. Con la cercanía electoral siempre sube el tono de los discursos, se incrementa la verborrea de las promesas y de las acusaciones. Hay euforia contenida en el PP y decepción disimulada en el PSOE, pero no en Feijóo ni en Sánchez, que se miran de reojo desconfiando el uno del otro. La partida no ha terminado. De hecho, acaba de empezar.

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