La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Carlos Gómez Gil

Palabras gruesas

Carlos Gómez Gil

La resurrección de la Guerra Fría

Se escucha con frecuencia la necesidad de conocer nuestra historia para no repetirla, pero habitualmente desconocemos esa misma historia a la que apelamos y que en no pocas ocasiones nos empeñamos en volver a transitar. La invasión rusa de Ucrania y la posterior guerra que allí se ha desencadenado vuelven a poner encima de la mesa demasiados episodios históricos que creíamos ya superados, exigiendo cautela en los análisis y decisiones.

Son cada vez más las voces que alertan de que estamos reviviendo el inicio de una nueva Guerra Fría, más de siete décadas después de que diera comienzo formalmente tras la Segunda Guerra Mundial, distinta en muchos de sus componentes, pero idéntica en cuanto a la confrontación global que abrió entre grandes bloques económicos políticos, militares e ideológicos.

Si bien existe unanimidad en considerar que el fin de la Segunda Guerra Mundial dio comienzo a la llamada Guerra Fría, que se prolongaría hasta la caída del muro de Berlín y la posterior descomposición de la Unión Soviética, no hay tanta coincidencia en señalar el momento de inicio formal. Sin embargo, hay una fecha en la historia del siglo XX que, por su simbolismo e importancia, dio el pistoletazo de salida al nuevo mundo que surgió tras la gran guerra. Hablamos del discurso que el presidente Harry S. Truman dio el 20 de enero de 1949 sobre el estado de la Unión, discursos que los presidentes de los Estados Unidos dan al Congreso, informando sobre la situación del país y sus prioridades.

En este tomaron cuerpo buena parte de los profundos cambios que se sucedieron en el mundo y a los que la política exterior estadounidense tenía que hacer frente, que se resumían en cuatro ejes fundamentales. De hecho, a este discurso histórico se le conoce también como “el programa de los cuatro puntos”, al definir las cuatro grandes prioridades sobre las que se centraría la política exterior de los Estados Unidos en las siguientes décadas.

La primera de ellas tenía que ver con el apoyo a la recién creada nueva organización de las Naciones Unidas, fundada en octubre de 1945 en San Francisco y que tenía su sede en Nueva York, a diferencia de la anterior Sociedad de Naciones, radicada en Ginebra. En segundo lugar, estaba el impulso a la reconstrucción de los países destruidos en Europa por la guerra mediante el Plan Marshall y la labor del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), embrión del Banco Mundial. Como tercer punto estaba la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), también conocida como Alianza Atlántica, que tomaría cuerpo tras su constitución el 4 de abril de 1949 en Washington. Y, por último, como punto cuarto estaba impulsar un gran programa de ayuda al desarrollo dirigido a los países pobres y descolonizados que dio origen formal a las políticas de ayuda oficial al desarrollo en el mundo.

Este compendio de cuatro puntos suponía una nueva forma de entender las relaciones internacionales al combinar la diplomacia y la fuerza militar, la ayuda al desarrollo con la reconstrucción, delimitando un espacio mundial en el que los Estados Unidos pretendían constituirse como el poder hegemónico global. Hasta tal punto que la Unión Soviética desplegó posteriormente, a su vez, una política entre los países de su influencia que trataba de replicar lo que los estadounidenses llevaron a cabo, aunque a otra escala, entre otras razones porque, a diferencia de los Estados Unidos, la Unión Soviética sí sufrió en su territorio la destrucción causada por la Segunda Guerra Mundial, arrasando ciudades y regiones clave. Se entenderá, por tanto, la importancia de este discurso en el inicio de la Guerra Fría.

Ahora bien, la invasión rusa en Ucrania está dejando una profunda huella geopolítica que está reconfigurando las relaciones internacionales, abriendo una nueva y renovada Guerra Fría que comparte, en buena medida, los elementos sustanciales que tenía tras la Segunda Guerra Mundial esbozados por el presidente Truman. El primero de ellos es el renovado impulso que ha adquirido una organización militar de la Guerra Fría, que hasta el presidente Macron consideraba en 2019 que sufría “muerte cerebral”, pero que con la guerra en Ucrania ha pasado al centro del escenario internacional, con nuevas incorporaciones y una clara intervención a favor de Ucrania contra Rusia. Mediante un continuo suministro de armas, de logística y, sobre todo, de inteligencia al ejército de Ucrania, la OTAN libra una guerra interpuesta contra Rusia que ha diezmado su ejército y su economía, a costa de revivir amenazas de uso del arma nuclear como las que se vivieron en los peores años de la Guerra Fría.

Pero también ante la gigantesca destrucción que está viviendo Ucrania se están escuchando planes para su reconstrucción, similares a los que impulsaron los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial sobre la Europa destruida, aunque en este caso a favor de empresas y contratistas occidentales.

Sin embargo, en esta nueva Guerra Fría que parece estar abriéndose, los Estados Unidos deberían comprender que el mundo de imposiciones, guerras e invasiones de distinta naturaleza que han promovido desde hace décadas no les coloca en la mejor posición ante un mundo tan distinto con el que había a mediados del siglo XX.

Compartir el artículo

stats