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Medio Ambiente | Aniversario de la declaración de la Unesco

Reserva de la Biosfera de Gran Canaria: un ilusionante punto de inflexión

«La gestión ha experimentado procesos de creación, erosión y de nuevo construcción, como si su historia geológica se repitiera»

Casas tradicionales canarias en el pueblo de Fataga, en el municipio de San Bartolomé de Tirajana.

Hace más de 50 años, en un contexto donde las declaraciones de parques nacionales tenían como filosofía subyacente que «para proteger la naturaleza había que sustraerla de las acciones humanas», surge el concepto Reservas de la Biosfera bajo el Programa MaB (Man and Biosphere, 1971) de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Un concepto, sin duda, revolucionario para aquel momento, pues a diferencia de los Espacios Naturales Protegidos, el programa Persona y Biosfera planteaba reconciliar la humanidad con el resto del mundo natural, la búsqueda del camino hacia ese delicado equilibrio entre la conservación y el, hoy en día tan afamado y renombrado, desarrollo sostenible. 

Actualmente, en el mundo hay 738 Reservas de la Biosfera repartidas en 134 países y España encabeza la lista con 53. Nuestra Comunidad Autónoma tiene siete incluyendo las ocho islas y amplias zonas costeras y marinas.

En Gran Canaria esta declaración fue promovida por el Cabildo y tras un arduo trabajo, el 29 de junio de 2005 la Unesco declaró ‘Reserva de la Biosfera de Gran Canaria’ a la zona suroeste de la isla bordeada por una franja marina. Más de 100.000 hectáreas, desde los fondos marinos hasta las cumbres, que albergan tres municipios en su totalidad (Tejeda, Artenara y La Aldea de San Nicolás) y cuatro parcialmente (Agaete, Mogán, San Bartolomé de Tirajana y Vega de San Mateo). Un territorio con más de 14 millones de años de antigüedad geológica que hoy nos muestra profundos barrancos, altas cresterías, elevados macizos, grandes acantilados, inmensas cuencas hidrográficas, entrañas de antiguos volcanes, imponentes roques, coloridas rocas que nos sugieren episodios convulsos y rodean esa famosa «tempestad petrificada». Formada bajo periodos de construcción y erosión, y de nuevo construcción… Sobre este impresionante escenario inerte se despliega la vida. Desde sebadales marinos custodiados por la tortuga boba o el delfín mular, pasando por cardonales-tabaibales vigilados por el atento alcaudón, frondosos palmerales como oasis de vida, dragos de Gran Canaria desperdigados y fuertemente arraigados a los altos riscos, pinares donde revolotea el pinzón azul, hasta coloridos y aromáticos retamares de cumbre. Espacio goteado por restos de la vida, y de la muerte, de la antigua población canaria en forma de túmulos funerarios, casas cueva, almogarenes, triángulos púbicos, grabados, estrellas, luces y sombras. Esbozos de usos pasados como hornos de brea, acequias, lavaderos, estanques y bancales de muro de piedra seca nos recuerdan el trabajo de mujeres y hombres que hicieron posible el mantenimiento de la vida humana en este territorio. Y aunque sin personas no habría Reserva de la Biosfera alguna, actualmente menos del 2% de la población total de Gran Canaria habita este mágico espacio. Pueblos y pagos de casas blancas y patios de coloridas flores dispersos entre zonas de cultivos, terrenos baldíos, barrancos, queserías y bodegas. Lugar de gente cálida y afable que saludan por las calles aunque ni siquiera te conozcan. Territorio conquistado por nuevos usos, y por otros tantos reinventados. Un verdadero potaje de diversidad.

En muchos lugares del mundo las Reservas de la Biosfera son la única figura de gestión de la naturaleza y de mejora de la calidad de vida de sus habitantes. Pero, ¿qué ocurre en lugares como el nuestro donde las instituciones son tantas y están tan sectorizadas y jerarquizadas por especialidades y de donde derivan diversas competencias en materias específicas de gestión? Entonces la cosa se complica y como alguna vez he escuchado decir, esto de las Reservas de la Biosfera es… «¿un brindis al sol?».

Considero que deben ir más allá que eso. Las Reservas de la Biosfera en lugares como el nuestro tienen un papel fundamental: el gran reto de engarzar las distintas piezas que están en juego en una misma área, a veces digamos que hasta desparramadas, y añadir ese engrase y ese barniz que genera un plus en la gestión desde una mirada holística. Como dice mi querida Beni, presidenta del Consejo de Gestores/as de la Red Española, «las Reservas de la Biosfera son los entes conectores de todos los actores/actrices que se dan en un mismo territorio».  

Y es que la gestión de una Reserva de la Biosfera nos invita a adentrarnos en terreno para conocer de cerca el área y las personas que la habitan, sus particularidades, el sentimiento de arraigo o desarraigo, el vínculo con el patrimonio natural y cultural, el transcurrir de la vida cotidiana, las tensiones, el sentido de pertenencia. Espacios donde aprender a construir (en numerosas ocasiones de/re-construyendo), visibilizando ensayos y errores, y trabajando la coherencia, desde lo individual a lo colectivo. Poniéndole mucha cabeza, pero también mucho corazón, para de manera empática ir tejiendo con finas puntadas una red de coherentes conexiones. Y es que «una Reserva de Biosfera no es simplemente un lugar bello, es una idea y un modo de gestión», según Jeffrey A. McNeely.

La gestión de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria, desde su declaración, ha experimentado procesos de creación, erosión y de nuevo construcción, y en medio, intervalos de silencios, de reposo,… como si su historia geológica se repitiera. Pero hoy Gran Canaria debe estar orgullosa de contar, por primera vez ¡y en pura adolescencia!, con un equipo técnico de gestión específico, que junto al Patrimonio Mundial Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas (declarado en 2019), empieza su nueva andadura con una gestión conjunta como Área de Designación Internacional Múltiple (o ADIM), tal como designa la Unesco a aquellos espacios donde coinciden dos o más de sus declaraciones.

Nos encontramos en un ilusionante punto de inflexión que está comenzando a dar sus primeros frutos. Frutos que deben reconquistar la confianza en la figura, haciendo la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria nuestra, de todas las personas y entidades que aman y confían en el vasto potencial de este territorio y su gente, para entre todas configurar una Reserva de la Biosfera de la que nos sintamos cada vez más orgullosas, y ante cualquier amago de volver a caer, juntas seamos capaces de mantenerla siempre en pie y caminando firme hacia adelante.

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