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Juan José Millás

A la intemperie

Juan José Millás

Un cuerpo que no me pertenece

Entra en el vagón del metro un tipo que da más miedo que un bebé con el cuerpo tatuado. Casualmente, he soñado esta noche con un recién nacido que llevaba dibujada en la espalda una serpiente multicolor que reptaba hasta su cuello, lo rodeaba y acababa con su cabeza en la mejilla del crío, muy cerca de la boca, a la que parecía querer estimular con el movimiento de su lengua bífida. El bebé tenía también un piercing de acero en la nariz y otro en la oreja derecha. Lo curioso es que todo le venía de serie: había nacido así. Por alguna razón, yo iba a ver a su madre al hospital y me lo mostraba con orgullo, elevándolo en el aire. Mi reacción en el sueño era neutra, ni frío ni calor. Fue al despertarme cuando me atacó la extrañeza.

El tipo que acaba de entrar en el vagón se parece al bebé, aunque no lleva ningún piercing. Tendrá unos cincuenta años, pero su rostro es el de un bebé. Da miedo porque parece indefenso y feroz al mismo tiempo. No sabe uno si ceder al instinto de protegerlo o de huir de él. Mientras me pregunto a qué se dedica, él se da cuenta de que llevo un rato observándolo y vuelve sus ojos hacia mí. Su mirada, vacía, es de las que te roban la identidad. La absorben. Siento que parte de mi yo escapa de mi cuerpo y viaja por la enrarecida atmósfera del vagón hacia el suyo. Ahora tiene mi yo dentro de él y le da vueltas en la cabeza como se da vueltas a un caramelo en la boca. El tipo se pregunta a qué me dedico, qué hago a esas horas en el metro.

He apartado mi mirada de él al instante, pero percibo la suya sobre mí. Me he convertido en una alucinación dentro de su cerebro. El resto de los pasajeros sigue a lo suyo, ajeno al drama que se desarrolla entre el individuo con cara de bebé y yo. Me bajo en la siguiente parada y espero a que las puertas del convoy se cierren para asegurarme de que el bebé no se ha bajado conmigo. Luego salgo a la calle desprovisto de un porcentaje alto de yo. Ese porcentaje continúa viajando por las entrañas de la ciudad, dentro de un cuerpo que no me pertenece, pero al que misteriosamente pertenezco de algún modo desde este momento. Me pregunto cuántos intercambios de este tipo se darán al cabo del día en las grandes ciudades sin que seamos conscientes de ello.

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