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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

La paz del arte (la otra fue arrancada)

La autoestima nacional está tan arrugada que a bastantes, más de los deseables, les ha parecido motivo de sarcasmo (o de mala baba) que el inefable Boris Johnson se dedicase a pasear en solitario entre las obras de arte del Prado. El premier británico se graduó en Arte y salió de Oxford con el título en Filología Clásica, esa carrera vituperada en España tal como se vio con el joven Gabriel, de nota máxima en la Ebau, pero machacado en las redes por su devoción por las humanidades antes que por la ingeniería o empresariales. Al contradictorio, excéntrico, juerguista y antieuropeo mandatario le cayó, decía, un chaparrón de necedades por mostrar su pasión por el arte antes de la cena ofrecida por Sánchez en la Pinacoteca Nacional. Algún internauta advirtió por las redes sociales que los grecos o goyas estaban en peligro con Boris al lado, que venía para llevarse a Londres los tesoros españoles. Otros, daban por imposible que el dirigente conservador, también periodista y ensayista, pudiese saber algo de La familia de Carlos IV o de la obra Carlos V en la Batalla de Mühllberg o del mismo Rubens. ¿Sabe de arte o es un posado?, se preguntaban ayer algunos tertulianos sobre las inquietudes culturales, no ajenas a su currículum académico, del inquilino de Downing Street. En este país, tan acostumbrado a comer tortillas de maldad, no es motivo de orgullo (y si lo es se esconde) que la cúpula de parte del planeta se retrate ante Las Meninas de Velázquez, algo nada habitual en el ecosistema de Villarejo o en las imprudencias temerarias de Juan Carlos I. Macron, Biden, Erdogan, Trudeu o Orbán (con el brazo de Sánchez por encima), pero sobre todo Boris, se pasearon con admiración, en silencio, sumidos en la paz del arte (la otra ha sido arrancada), por un Museo del Prado que representa lo mejor y lo peor de la Historia nacional. El británico tiene comportamientos indeseables y es un tumor para la unidad europea, a veces también un payaso que no se merecen sus ciudadanos, pero cabe respetar (y aquí se echa mucho de menos) su momento estético.

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