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Humberto Hernández

Observatorio

Humberto Hernández

Picapleitos y matasanos

Picapleitos y matasanos PERICO PASTOR

Esta vez han sido los abogados quienes reclaman a la Real Academia Española (Vid. la prensa del 13 de mayo) que supriman de su diccionario la tercera acepción de la voz abogado, la que califica a estos profesionales de «Persona habladora, enredadora, parlanchina». Apelan, además, para que se acceda a sus pretensiones, a la condición de reconocido jurista del actual director de la docta institución. Lo que no se dice en las informaciones periodísticas es que en el artículo correspondiente que se pretende suprimir ya se proporcionan otras acepciones, la más técnica de «Licenciado en derecho que ofrece asesoramiento jurídico y que ejerce la defensa en los procesos judiciales» y la más general de «Intercesor y mediador». La acepción que es el objeto de la demanda de la abogacía viene precedida de la abreviatura Nic., que significa que con este sentido la voz se utiliza solo en el español de Nicaragua. Y si esta es la realidad lingüística comprobada por los lexicógrafos académicos, o por sus informantes, no habrá movimiento de letrados, asociación profesional, dirección académica, ni pleno de la institución que pueda alterar la realidad lingüística, pues sería lo mismo que desautorizar a la máxima autoridad, que en este caso son los hablantes del español de la modalidad nicaragüense.

No es la primera vez que se producen reclamaciones como esta, que suelen tener un eco mediático que no se corresponde con la preocupación por el buen uso de la lengua, pues muchas de ellas solo revelan el desconocimiento que se posee de esta inestimable obra de consulta que es el diccionario.

Colectivos ha habido que han solicitado la urgente eliminación del Diccionario académico de la quinta acepción del adjetivo judío, que se define así: «Dicho de una persona: avariciosa, usurera»; o la quinta de gitano, «que estafa u obra con engaño», aunque, después de la bulla que armaron algunos, la Real Academia optó por sustituirla por el sinónimos definidor «trapacero», que viene a ser lo mismo, y con buen criterio académico, se resistió la Institución a mandarla al destierro lexicográfico. Porque, mal que nos pese, a quienes no nos agrada que se agreda con la lengua (y valga la paronomasia) bien que nos disgusta esta capacidad para zaherir, insultar, discriminar y ofender que pueden tener algunas palabras. De todos modos, si se lee bien el diccionario, podremos encontrar la advertencia de que esta quinta acepción tiene carácter despectivo, que es lo que quiere decir la abreviatura despect. que precede a la definición; significa, pues, que de usarse la voz con este valor estaremos incurriendo en una acto de inhumano desprecio. También en la quinta de gitano se advierte que si así se usara conllevaría un indiscutible carácter «ofensivo o discriminatorio». Mucho mejor que el diccionario proceda con objetividad actuando como notario de la realidad lingüística, y no ocultándola ante la estúpida creencia de que de esa manera, eliminando la palabra o la acepción inconveniente, acabaríamos con su uso discriminatorio u ofensivo.

Es verdad que todos somos dueños de la lengua, mas esta condición de sentirnos propietarios de este vasto condominio debe situarnos en una posición de respeto que no es compatible con los particulares deseos de quienes pretenden hacer la lengua a su gusto, lo que daría como resultado la poco recomendable manipulación lingüística.

Hay otros casos en los que sí es conveniente pedir al lexicógrafo más sensibilidad y cuidado en el proceso definitorio con el objeto de no herir innecesariamente a muchos indefensos y contribuir de esta manera a deshacer tópicos cuyo carácter ofensivo es indiscutible. Se debería proceder procurando la máxima objetividad con voces como mongólico, subnormal o autista, cuyos significados rectos suelen desviarse a figurados territorios del desprecio y del insulto.

Como es habitual que muchas de las críticas se focalicen en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia, conviene advertir que esta circunstancia viene dada por la errónea creencia de que es este el diccionario oficial, si no, el único, y, no es bueno ni para la lexicografía ni para el idioma que esta idea se continúe propagando, aunque es verdad que la enorme influencia de la Real Academia refuerza su actitud autoritaria y monopolizadora que no existió hace algunos años cuando en sana competencia convivían el Diccionario de uso de María Moliner, el Diccionario general ilustrado de Samuel Gili Gaya, el Ideológico de Casares, el diccionario Clave, dirigido por Concepción Maldonado, y el más reciente, Diccionario del español actual, elaborado bajo la dirección de don Manuel Seco

Este protagonismo académico puede ilustrarse con muchos ejemplos, como con la noticia en la que se presentaba como un logro de un grupo de alumnos de un instituto de enseñanza secundaria la solicitud a la Real Academia de que se revisara la cuarta acepción del adjetivo fácil, que en su edición de 2014 (la 23.ª) se definía así: «Dicho de una mujer: liviana en su relación con los hombres». La noticia fue que la RAE se hizo eco de la propuesta y procedió a modificar la redacción de la acepción, cambiando «Dicho de una mujer» por «Dicho de una persona». Ahora en la versión digital del diccionario aparece definida como «Dicho de una persona: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales». Sin embargo, desde el año 1997, en la primera edición del Clave. Diccionario de uso del español actual, ya se definía el adjetivo fácil de la siguiente manera: «Referido a una persona, que se deja seducir sin oponer mucha resistencia». No es que pretenda restar importancia a la preocupación y a la actuación de los alumnos que, orientados por sus profesores, consiguieron atraer el interés de los académicos de la RAE, pero hubiera sido más enriquecedor que esta solicitud se hubiera realizado después de consultar otros diccionarios, y no solo el de la Real Academia Española.

Ha habido ocasiones en las que la Academia ha cedido, incluso en este periodo democrático, a presiones de índole política o diplomática, como cuando, por ejemplo, habiendo estado propuesta la voz antofagasta con el sentido de «Persona cuya presencia en una tertulia desentona o fastidia», para ser incluida en la edición 22.ª (la de 2001), fue desestimada al final dado el revuelo que se había levantado en la ciudad y provincia chilena de nombre Antofagasta por considerar su posible inclusión con este sentido, documentado en varios autores españoles, como una vejación para sus ciudadanos. El ya citado Diccionario del español actual, de don Manuel Seco, sí que la registra, subordinando las demandas de los antofagastinos a los principios fundamentales de la disciplina lexicográfica: «En una tertulia de café: Persona impertinente, molesta y que generalmente se hace invitar», define este diccionario.

Situaciones ridículas habrán tenido que vivirse en la docta casa por esta asunción de autoridad lingüística que la propia sociedad le ha atribuido. Y así, no hace mucho tiempo que el gremio de panaderos le reclamó la supresión del refrán «Pan con pan, comida de tontos», por considerarlo una expresión denigratoria y ofensiva a su producto artesano. «Esta semana ―leemos en las crónicas periodísticas― harán entrega de las firmas conseguidas a los académicos de la RAE y a los responsables del Instituto Cervantes, junto con una barra de pan y una carta”. ¿Y nadie les informó de que tal refrán no figura en ningún repertorio de la Real Academia Española, y que incluso, de existir, la Institución no tendría poder ni autoridad para impedir que se utilizara tal paremia?

Todo esto me da pie para recomendar que en las aulas se trabaje más la Lexicografía, esta disciplina que se ocupa, además de la elaboración de diccionarios, de su uso eficaz, y aclarar de una vez por todas, los siguientes puntos: 1. que diccionarios hay muchos y que el de la Real Academia es uno más que de ninguna manera ostenta la condición de ser el diccionario oficial; 2. que los diccionarios son notarios de la realidad de la lengua, que las palabras están en ellos porque se usan, y no se usan por estar en ellos; y 3. que hay que aprender a entender toda la información que se proporciona en el diccionarios mediante abreviaturas, allí se nos indica si una palabra es obsoleta o está vigente (anteado, p. us.), si es general o está restringida a algún área del idioma (majalulo, Can), o si es o no adecuada para ser utilizada en todas las situaciones comunicativas (gilipollas, malson. Esp.).

Solo así podrían evitarse más solicitudes impertinentes, como, posiblemente, podrían hacer los médicos, para que se suprimiera la voz coloquial matasanos; o los dentistas, ahora que ya todos son odontólogos, para que se borre de una vez del repertorio académico el despectivo sacamuelas. Los abogados volverán a la carga para reclamar la urgente supresión del artículo picapleitos, con todas sus acepciones, haciendo valer de nuevo, con mayor fuerza, si cabe, la condición de reconocido jurista del director de la Real Academia Española.

A ver si esta vez.

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