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Myriam Z. Albéniz

Desde la sala

Myriam Z. Albéniz

Los veranos no son para desaprender

Acaban de concluir las clases en colegios e institutos y numerosos progenitores habrán vuelto a casa, además de con sus hijos e hijas, con un Libro de Vacaciones debajo del brazo. Unos, siguiendo las recomendaciones del profesorado para reforzar los conocimientos adquiridos por el alumnado a lo largo del curso. Y otros, a pesar de las buenas calificaciones de sus vástagos, convencidos de que un repaso veraniego resulta beneficioso para encarar los retos venideros. No obstante, también algunos habrán rechazado la oferta, por considerar que verano y deberes son conceptos contradictorios y hasta excluyentes.

La conveniencia de dedicarle un mínimo de atención extra a la Lengua y a las Matemáticas suele ser objeto de debate en este país nuestro, tan proclive a enfrentar posturas que, en honor a la verdad, no son en absoluto opuestas. Parece que en España estamos abocados al blanco o al negro, sin apenas matices. Pero lo cierto es que cabe un punto intermedio entre que los chiquillos se acuesten y se levanten tarde, viendo atardeceres en la playa, jugando al fútbol con sus amigos y leyendo todos los tebeos del mundo o, en el otro extremo, se pasen la jornada haciendo deberes, repasando asignaturas, enfrentándose a lecturas nada apetecibles o practicando cálculo sin parar.

Personalmente, estoy convencida de que 24 horas dan para mucho, siempre y cuando se repartan con cabeza. Defiendo que, aunque su intensidad varíe, los hábitos y las rutinas no tienen por qué desaparecer de un plumazo durante los períodos vacacionales. La responsabilidad, la disciplina y el esfuerzo no distinguen un mes de otro y, por el bien de los menores, tendrían que seguir aplicándose en julio y agosto. Eso sí, distribuir adecuadamente el tiempo resulta imprescindible para abordar las actividades estivales, ya estén centradas en el ocio y la diversión o en la realización de tareas académicas y domésticas. De hecho, se trata de una oportunidad de oro para que los más pequeños de la casa se involucren en trabajos tales como ordenar, limpiar, hacer la compra y cocinar. De ese modo, valorarán en su justa medida el permanente esfuerzo que llevan a cabo sus madres y padres en este terreno a lo largo del curso.

Abundando en esta cuestión, varios estudios científicos han demostrado que en dos meses y medio al margen del estudio se desaprende, se llega a septiembre en baja forma intelectual y se tarda más de lo deseable en recuperar el ritmo de aprendizaje. Quienes consideramos que los chavales deben dedicar un rato diario a fijar conocimientos y a adquirir cultura,  pensamos asimismo que dicha circunstancia no les impedirá construir castillos de arena, ver películas, practicar deportes o jugar con las videoconsolas. Esas siete horas en las que no estarán en el colegio se tornan demasiadas para desperdiciarlas saltando de la cama al sofá y del sofá a la cama.

Además, los adultos tampoco disponen de tantas vacaciones y, por lo tanto, han de aguzar el ingenio para cubrir esos largos ratos de separación familiar. A modo de orientación, existen propuestas lúdicas para todas las edades, muchas de ellas gratuitas, que se difunden a través de los medios de comunicación. Desde luego, la solución ideal no estriba en dejar que los chicos, sobre todo si van camino de la adolescencia, hagan de su capa un sayo y opten por no dar palo al agua o, peor aún, por pasarse las horas muertas con un mando en la mano, abonados a una realidad tan virtual como perjudicial. Vale la pena ofrecerles una alternativa educativa perfectamente compatible con la diversión, tratar de que se entusiasmen con la adquisición de nuevos conocimientos, aspirar a que asocien el concepto de “estudio” al de una mejora en todos los sentidos y apostar por la preparación continua, con la mirada puesta en un futuro que, sin duda, va a llegar mucho antes de lo que ellos imaginan.

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