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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Concepto estratégico

Una vez finiquitada la glamurosa y bélica cumbre de la OTAN en Madrid he sentido la necesidad (y así lo divulgo como consejo) de autoadjudicarme un Concepto Estratégico, una hoja de ruta para funcionar (o sobrevivir) diez años más si hay salud. Si la guerra puede tener un orden mental pese al drama, cuál es la razón para que cualquiera no disponga de un Concepto Estratégico más allá del objetivo de sacarse una muela. Las tribus, nuestros remotos antepasados, centraban su dependencia en un par de herramientas, el fuego y unos pocos comestibles conservados en vasijas. A día de hoy, son tantas las complicaciones que es casi una conquista alcanzar una estrategia. Ni las mejores cabezas de mi generación, cebadas de éxitos superlativos, son capaces de contestarme a la pregunta sobre qué paso debemos dar una vez que las potencias y sus mariachis han decidido sobre las amenazas que vigilan nuestras costillas. En los dos años (más o menos de la pandemia), las autoridades sanitarias nos trazaron un acervo de códigos, leyes y pautas para hacer frente a la brutal enfermedad: desde la distancia entre personas al número de comensales en una mesa, pasando por la inmortal mascarilla o el pasaporte de vacunación. En cierta manera, se dictaminó un Concepto Estratégico para apoyar a la sociedad, hundida entre la mortandad y el pánico a los contagios. La complejidad de la normativa al uso, así como los cambios permanentes de la misma, dieron lugar a publicaciones extraordinarias que desmenuzaban uno a uno los niveles de alerta. Este tutelaje desapareció con la llamada gripalización (todavía en veremos si es tal), con la inmersión de la ciudadanía en una especie de autogestión del padecimiento. Y ahora, bajo la resaca de un mal que nunca acaba por irse nos despeñamos desde la euforia salvadora de los Next Generation, los fondos de Bruselas, para caer en la esperma atosigante de una crisis o una recesión (¿se le ha puesto nombre?) cuya espoleta es la invasión de Vladimir Putin sobre Ucrania, otro Concepto Estratégico donde burbujea la guerra despiadada, la hambruna, el apagón energético, la prima de riesgo, el repunte del euribor, la dama negra de la inflacción y los conflictos invisibles de África. Una pócima explosiva que convierte en trizas cualquier previsión, o que hace de la incertidumbre el acompañante diabólico de cualquier hazaña. Nadie sabe qué va a hacer el Kremlin ni qué cocido está preparando China, ni si la otanización de Europa será el empuje determinante para frenar el mal sueño estalinista. Así y todo, los aliados presentan un Concepto Estratégico para planificar el miedo (o el pavor) frente al mundo que se aproxima. ¿Existen reglas para enfrentarse a la egolatría de un gobernante descontrolado? ¿Se podrá contra la estrategia del caos? Pero lo peor de todo es que casi todos (algunos no lo quieren reconocer) carecemos de un Concepto Estratégico en nuestras vidas, más allá de unos ahorrillos, una cita en el centro de salud, una paella para el domingo, un encargo para la tintorería, la compra del mes... Una pena no poder ser como la OTAN, tener una idea, una noción o abstracción.

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