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Javier Cuervo

Artículos de broma

Javier Cuervo

Las pompas de las bombas

Cuando Franco no viajaba por España y no se paraba el tráfico para que pasara una ráfaga negra de Mercedes, en Europa se representaba a los dictadores de los países bananeros en traje militar de gala y gafas de sol cortando la ciudad en medio de un cortejo de motoristas de guantes blancos. A eso se parece el Madrid de la pasada semana. El Madrid de la cumbre de la OTAN se acercó a la San Theodoros de «Tintín y los pícaros». Las pompas de hoy de las bombas de mañana se hicieron sobre un modelo de seguridad Nuevo Siglo, cortado por el patrón de la paranoia post 11S y pespunteado para la sociedad violenta estadounidense.

En términos protocolarios, hay gente a la que le gusta que los jefes de Estado y presidentes de gobierno cenen entre las colecciones reales y que España luzca lujo francés en La Granja. Pedro Sánchez, el protagonista y productor de la superproducción, el blanco que tenía andar de negro, destacó como tercer objetivo de la cumbre «proyectar un posicionamiento de España como lo que realmente es a la hora de organizar este tipo de conferencias internacionales». Si lo he entendido bien -que lo dudo- es la política de promoción estatal del turismo de congresos en su faceta más perjudicial para los vecinos: teletrabajad, no saquéis el coche, suspendida la normalidad que la primera dama quiere comprar alpargatas. Si es usted de desfiles, le gustará verlos pasar.

No me excita demasiado este éxito porque, tal como van las cosas, es posible que en el futuro hagan estos planes turísticos los milmillonarios, a los que tan buenos servicios prestan los convocados de la OTAN y la UE. «Ese kétchup en ‘La fragua de Vulcano’ es obra de Elon Musk», dirá la audioguía. Concertinas invisibles en la ciudad, que los señores se reúnen a cenar. Nadie intentó saltar la valla de Melilla que daba acceso a un mundo muy exclusivo, engastado en el generalista que sostienen los vecinos con su vida, su trabajo, sus impuestos, sus actividades.

El poder ya no representa la mentira piadosa de la discreción. ¡Qué contemporáneo!

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