La Provincia - Diario de Las Palmas

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Las suelas de los zapatos

La encrucijada universitaria

El sistema educativo, y particularmente el universitario, transita desde hace décadas una encrucijada auto-definitoria. Pocos temas tan delicados y determinantes de una ciudadanía sana y cívica, como la educación, han sufrido tantas prospecciones ensayo-error en clave partidista y huidas hacia adelante. La venidera LOSU implementará otra hornada de reformas en el sistema universitario. Las temáticas son conocidas, por reincidentes: planes de estudio, gobernanza académica, sistemas de reclutamiento y prácticas endogámicas, etc, y sus contenidos volverán a ahondar la separación entre la bondad de la ley y su ulterior realización aplicativa. Muchos problemas universitarios tienen una trayectoria secular. Basta leer a Ortega (»Misión de la Universidad», 1930) para corroborarlos y sorprendernos de su viveza y su rabiosa actualidad. Otros son empero más recientes, y, por no hablar en el vacío, destaco el cambio sistémico-digital, la excelencia real discente (muchas veces religada, incluso oculta en nube), la pronta obsolescencia de las cualificaciones frente al dinamismo del mercado de trabajo, la hiper-burocracia universitaria, o, en fin, la transmutación del profesorado en máquinas multivalentes a costa de la centralidad académica: el tándem docencia/investigación.

La crisis de la universidad no es nueva. Institucionalmente es una atalaya representativa de los cambios culturales y socioeconómicos de base, por tanto, es normal que la punta de dicho iceberg a la deriva ilustre las problematizaciones y sus asignaturas pendientes (profundización real democrática, prácticas clientelares, etc). Eso sí, tales etiologías se acrecentaron desde que dejó de tener el monopolio de la formación de nivel terciario superior. El tecno-globalismo lleva consigo la transformación de la información en mercancía, del mismo modo que el conocimiento se erige en objeto vendible y «mercantilizable». El «proceso Bolonia» no hizo más que corroborar el maridaje credencialismo/rentabilidad. Las Universidades privadas irrumpieron como setas amparadas por algunos gobiernos autonómicos, y, salvo contados ejemplos, ocupan los peores puestos en recursos, publicaciones y calidad científica. La Comunidad Madrileña es un ejemplo elocuente del «dislate credencialista», pero Canarias no queda atrás: cuatro universidades privadas y dos públicas para 2.172.944 habitantes (ISTAC, 2021). Con buen criterio, la ULPGC lleva impulsando estudios prospectivos del mapa de titulaciones, empero, la clave está en la oferta de postgrados potentes, selectivos y compactos, y en las pasarelas a ellos; lo que a su vez transita por acciones, prontas y profundas, en los planes de estudio de algunos Grados.

En todo caso, ni el credencialismo al alza, ni la «presupuestarización funcionalista» (la ratio ULL-ULPGC es sobremanera descompensada) pueden seguir erosionando un problema de mucho mayor calado: la retrocesión de la universidad pública en el liderazgo cultural, educativo y humanista (adjetivo este tan nombrado como reducido a logo). La crisis de identidad universitaria tiene mal pronóstico, y a mi modesto entender ese virus es más grave que las tumefacciones sufridas hasta ahora. El atiborramiento de aceite de credencial termina desnutriendo, y descuidar el espíritu al final es un peligroso desequilibrio que desertiza la mente. De no interiorizarse ello, y mirar para otros lados, cualquier reforma (EEES, LOU, LOSU, etc) encadenará otras, dando además alas a cuatro causaciones: a los sectores críticos, para silenciarse más de lo que están; a los acríticos, para perpetuar el «status quo»; a los inmovilistas, para sentirse fortalecidos; y a los mediocres (ya legión) para ahondar su afincamiento.

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