La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Desirée González Concepción

¿Eres espiritual? Buff

No exagero al utilizar esta interjección. La he escuchado en diferentes contextos, las personas que la formulan entienden que la espiritualidad es cosa de unos pocos «flipados» y a menudo es confundida con una especie de secta o religión. Por mi parte, me considero espiritual, creo que de alguna manera todos lo somos. Su definición es tan simple como la capacidad de conectar con nuestro interior. Tan simple y tan compleja a la vez.

A lo largo de los siglos el ser humano ha buscado respuestas en la religión, ha buscado acallar esa voz que cuestionaba el sentido de sus vidas. Con la promesa de la vida eterna para los elegidos, para los que escogieran el camino correcto, se reducía el desasosiego; toda la eternidad para encontrar aquello que se buscaba. Además por miedo a acabar en el infierno, en muchas ocasiones, se evitaba «pecar» y se intentaba llevar una vida modélica, en ocasiones austera, apta para entrar en el reino de los cielos.

Hoy en día en una sociedad altamente nihilista, se rompen los viejos paradigmas y es necesario buscar nuevos referentes. La mayoría de la población no se apoya en la religión y mucho menos cree en la vida después de la muerte. Como nos imaginamos, ese nuevo Dios se llama consumismo. El panorama actual se dibuja como una sociedad hedonista basada en disfrutar todo lo posible y consumir al máximo, por tanto la espiritualidad queda relegada a un segundo o tercer plano. Son pocos los que se atreven a desmarcarse de este bucle centrado en el materialismo y se inclinan hacia el mundo del desarrollo personal, hacia el mundo del autoconocimiento. A la larga, esas vidas azarosas producen un vacío difícil de describir. Personas que poseen de todo pero carecen de lo más importante: la paz interior. Su falta produce insatisfacción, infelicidad, ausencia de plenitud.

No se trata de emigrar al Tibet, ni despedirnos de las cosas materiales que nos permiten disfrutar de la vida. Hablo de compaginar los dos mundos; el exterior con el interior. Podemos realizar nuestro viaje de introspección sin movernos apenas de casa: saborear momentos de soledad, de serenidad, de contacto con la naturaleza,… y de esta manera recuperar nuestra energía, nuestro bienestar emocional. ¿Acaso todos no deseamos llegar a este punto de equilibrio? ¿Acaso no nos gustaría ser capaces de mirar adentro sin necesidad de darnos a la fuga?

Somos humanos; somos cuerpo, alma y mente. La mayor parte de la población se dedica a cuidar y cultivar sus cuerpos, nos afanamos por aprender y no dejamos descansar nuestra mente ni un solo segundo, pero..., ¿qué ocurre con nuestra alma? Desde el momento que descuidamos una de las dimensiones, sobre todo la espiritual, aparece esa inquietud, ese agujero negro, esa melancolía, ese no saber qué nos pasa…

El alma se manifiesta como un concepto poco científico, difícil de definir, pero del cual se han hecho eco filósofos y psicólogos desde la antigüedad hasta nuestros días. Aristóteles hablaba del alma como el principio de la vida. Platón mantenía la idea de que el alma vivía encerrada en un cuerpo. Nietzsche, sin embargo, hablaba del alma como un invento contra el cuerpo. Autores más contemporáneos como Unamuno afirmaba que la verdad es aquello que se cree con el corazón y con toda el alma. Ortega y Gasset también se pronunciaba al respecto: «Hay que darle tanta o más importancia al corazón, al alma, que a la cabeza, a la razón». Si nos vamos a Oriente, las filosofías budistas, taoístas, sintoístas, hinduistas... sostienen que el alma es la esencia del ser humano. Lao Tse, Confucio, Mozi, Buda, Gandhi, Rabindranath Tagore o Krishnamurti son algunos de los máximos defensores del alma. Por su parte, los escritores, y sobre todo los poetas de todos los tiempos vinculan en muchos de sus poemas el alma, ¿cómo hablar del amor sin involucrar el alma?

En esta sociedad donde el alma se vuelve esquiva, donde mucha gente declara no querer tener contacto con lo espiritual, me voy a la RAE y en una de las definiciones del vocablo encuentro: «Persona muy sensible y poco interesada en lo material». ¿De verdad que no nos gustaría presumir de estas virtudes? Salgo a la calle, en diferentes tipos de población y diferentes grupos de edades sigo escuchando las expresiones populares: «no tiene alma» (persona con pocos escrúpulos y poco sentimental), «se me cayó el alma a los pies» (para expresar una gran decepción), «amigo del alma» (un amigo muy querido) «canta con toda su alma» (con ganas, con entusiasmo), «ese lugar, esa persona tiene alma» (con mucho encanto)… Observo que en ningún momento se le atribuye una acepción peyorativa, al contrario, enaltece todo aquello con lo que se la relaciona. Por eso de las dudas, no creo que muchos osaran vender su alma al diablo como en su día decidió hacer Fausto a cambio de placeres mundanos y conocimiento ilimitado.

Nos ha llevado siglos hablar de inteligencia emocional para referirnos a esa capacidad de los seres humanos para reconocer las emociones, transitarlas y aceptarlas. Las emociones surgen de los pensamientos que se originan en el cerebro. Pero, ¿de dónde surgen la empatía, la intuición, la complicidad, la esperanza, la compasión, el amor…? Pienso que es hora de comenzar a hablar y de cultivar ese otro tipo de inteligencia; la inteligencia espiritual.

Compartir el artículo

stats