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Meryem El Mehdati

Un carrusel vacío

Meryem El Mehdati

Girar la cara

Desde hace unos días vengo pensando que para muchas personas hacerse mayor consiste en aprender a girar la cara. También en enfadarse y reprochar a los demás no desentenderse de las cosas, no mirar en otra dirección. Por algún motivo, si uno decide no desembarazarse de lo que le rodea, si no se encoge uno de hombros sino que se cuestiona lo que sucede o si se plantea nuevas formas de hacer las cosas, se lo tacha de aguafiestas, de no saber dejar nada estar, de querer politizarlo todo. Por mucho que nos empeñemos en dar la impresión de que esto no es así, la política lo abarca todo. Quitar o poner bancos en una calle es política. Contratar más bomberos forestales o no es política. Reducir o aumentar el número de plazas en las guarderías y colegios públicos es política.

Si giro la cara y cierro los ojos me ahorro volver a casa con el corazón marchitándoseme en el pecho porque donde antes había una persona pidiendo en la puerta del supermercado ahora hay tres. Eso también es política. ¿Lo vieron? No sé si girarán la cara ustedes también y fingirán que no pasa nada. No hace falta leer las estadísticas ni los estudios ni los datos bien apiñaditos en columnas estéticamente perfectas. Uno solo tiene que salir a hacer un recado a la calle Triana. Cada día hay más personas pobres, y cuando nos llevamos la mano a la cartera o al bolsillo para rebuscar en el cambio cochino que tenemos a ver qué podemos dar, oímos: “Si le das algo se lo va a gastar en alcohol”. ¿Y? Pregunto. Y qué. Esto también es política, aunque no lo parezca.

¿Será que crecer implica no dejar de huir hacia delante hasta nuestra muerte? El tiempo (los días, los meses, los años) se extiende ante uno como pantallas de un videojuego al que se mete en la consola por pura inercia, como un autómata, y por no ser la única persona que no está enchufada a la máquina. A veces se pierde, otras se gana, lo fundamental es no cambiar nunca de juego. Se gira la cara cuando un grupo de personas decide que prefiere ver a una mujer muerta antes que tomando decisiones sobre qué hace o deja de hacer con su vida y con su cuerpo, se gira cuando vemos que este mes de julio está siendo el más caluroso de la historia de este país y cuando leemos que en algunas regiones de España se pretende becar a las hijas e hijos de familias que ganan 100.000 euros al año o más porque “también lo están pasando mal con la inflación”. De esos nadie dice: “Si les das algo solo se lo van a gastar en yates y en cocaína”. ¿Qué tiene de malo becar a los que más tienen para que sus criaturas no pierdan la oportunidad de estudiar por la patilla en centros privados? La pública para los pobres, que es gratis. He desarrollado el reflejo de terminar todas mis afirmaciones con “bueno, por ahora”, porque crecer es darte cuenta de que en cualquier momento todo lo que dabas por sentado se puede tambalear y desaparecer, incluso tus derechos fundamentales. La mayoría de los políticos se ríen de todo el mundo como quieren y ahí seguimos nosotros, girando la cara, una mejilla aplastada contra el móvil mientras esperamos a que nos den cita en nuestro médico de cabecera para dentro de dos semanas si tenemos suerte. Como no somos nosotros los que están en las puertas de los supermercados pidiendo cambio, todo va bien.

Algunos se creyeron lo de que si se le da la espalda al mundo el mundo da la espalda de vuelta. El mundo no le da la espalda a nadie, sigue girando. La temperatura y el nivel del mar suben, los polos se derriten: nuestras paradas de guagua son un auténtico infierno a las tres de la tarde. No hay fuentes, no hay árboles por la calle que den sombra. Nuestro transporte público da pena: nadie tendría que estar esperando una hora a que pase la guagua mientras se asa a 40 grados centígrados en una parada sin sombra. No sé de qué narices sirve la metroguagua si las conexiones al sur de la isla son así de penosas y todo el mundo prefiere usar su coche a pasar por ese infierno.

No estamos preparados para la que se nos viene encima y no me preocuparía tanto, giraría yo también la cara, si no fuese porque todavía no he desbloqueado ese nivel de indiferencia para con la gente que me rodea que otros sí parecen haber alcanzado. Ni siquiera pienso en mí, pienso en nuestros mayores, pienso en los que vienen después. ¿Cómo explicarle a alguien que su padre ha fallecido porque a su edad no puede soportar temperaturas de 41, 43 o 46 grados durante días? Esta semana han muerto 84 personas en España solo por esto. Si tan solo fuese un caso, les digo, giraría la cara y a otra cosa, pero serán miles. ¿Cómo le explicarán en el colegio a las niñas que antes teníamos una fruta que se llamaba “plátano” pero que ahora ya no existe porque nos dio igual cuidar su cultivo? Un ministro hace un comentario sobre nuestro consumo de carne e Internet se llena de imbéciles protestando con fotos de sus chuletones abrasados porque a ellos nadie les va a quitar la carne, antes muertos. Es gracioso, supongo, porque es verdad que morirán antes.

Me imagino a dos alienígenas observándonos desde una nave espacial invisible mientras debaten una hipotética invasión y conquista de nuestro planeta. Uno de ellos decide: “Mejor no, dejemos que la Tierra sea para los humanos”, y el otro responde “Sí, sí. Que se jodan”.

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