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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Una puerta pintada de verde

Bajo una luz limpia como la verdad de un niño y frente al mar de azules incansables redescubres siempre que la palabra – en la que has vivido todas las vidas que te ha tocado desvivir– es prescindible. Las palabras siempre ocultan lo que de verdad dicen, como saben los poetas, expertos en sabotear cualquier experiencia: la sabiduría no consiste en apalabrar el mundo, sino en aprender a mirarlo, a olerlo, a sentirlo. El aprendizaje de la inmediatez. Si a pesar de todo quieres estropear la realidad con tus palabras, al menos interrumpe lo menos posible. Cuando un joven admirador le pidió a Josep Pla un consejo para aprender a escribir el viejo escritor salió de la habitación y lo llevó al exterior de su masía y allí le señaló una puerta verde. El joven –por supuesto – no entendió nada. Pla ordenó: “Describa esta puerta de color verde en un folio”. “Pero si solo es una puerta verde sin ningún adorno ni nada”, le replicó el mocoso. “Pues eso. Descríbala sin inventarse nada. Ponga en el folio únicamente lo que ve”. Pla siempre explicó que era muchísimo más fácil opinar que describir, “y por lo tanto, todo el mundo opina”. Creo que el jovencito no volvió a publicar en su vida. Cuando era pibito Bertrand Russell soñó con que encontraba en su mesa de noche un papel que decía: “Lo que dice del otro lado no es cierto”. Dió la vuelta al papelito y leyó que decía igualmente: “Lo que dice del otro lado no es cierto”. El haz y el envés de un artículo de opinión.

Llevo treinta años opinando en los papeles periódicos, treinta años, con brevísimos lapsos, desobedeciendo la sabiduría de Pla: un privilegio, un placer y una losa. Lo básico no ha desaparecido del todo: mantener cierta voluntad de estilo a través de un personaje que supuestamente escribe una columna y que tiene mi nombre y apellidos, pero que no soy exactamente yo. Esa voz autorial – así lo llaman los técnicos cursis en materia retórica – tiene varias veneraciones: el mar, la prosa epistolar de Viera y Clavijo, los atardeceres, Josep Pla, algunos amigos vivos o muertos entre otras. También profesa odios y desprecios: los amaneceres, el fútbol, las procesiones religiosas, el arroz a la cubana, las derechas y las izquierdas patrias, nuestra democracia de baja intensidad, los gritos de los idiotas y los silencios de los canallas, la poesía de Garcia Montero, por ejemplo. Yo no soy de los que extrañan el papel prescriptor que supuestamente tenían antes los periodistas y general y los articulistas en particular, arrasado en los últimos quince años por la proclamación de la opinión de cualquiera como un monumento incuestionable, como una aportación tan valiosa como la mía o la de David Hume para el conocimiento humano, como un albabonazo a la libertad de expresión. La furia opinativa lo envuelve todo indiferente a la obligación de argumentar y al respeto no a la posición del otro, sino a su individualidad, a su intimidad, a su imagen. La razón crece ahora como una enredadera venenosa desde la pocilga de las emociones y cualquier emoción, cualquier tormenta sentimental, legitima ideología política, creencias religiosas, sexo, género, vocación y resentimientos. Todo el mundo tiene derecho hoy a crear su propia biografía ad hoc. El otro día escuché a un viejo y cínico político decirle a un periodista que no le tenía miedo. Este viejo político ha ocupado una decena de cargos públicos, ha formado parte del establishment político de este país durante décadas y es rico, bastante rico, gracias a su jugoso patrimonio familiar. Ahora mismo es senador, pero ejerce su derecho a inventarse su propia biografía, en la que es un hombre perseguido por los poderosos y ruines de este mundo que se ve en la obligación de declararle a un periodista, en el colmo de una heroica valentía, que no le tiene miedo. Bien por él pero ¿intuyen ustedes lo que pensamos los periodistas, a los que apenas nos alivia nuestro propio resuello en medio de la crisis interminable de esta profesión agonizante, de los políticos que intentan posar heroicamente sobre nuestro torturado y precarizado cogote? Seguro que lo intuyen ustedes y el viejo político también. No le queda un ápice de vergüenza.

La élite política y empresarial ya no habla con los periodistas, solo con los editores. Cuando yo era feliz, joven e indocumentado te podías dirigir a un presidente o a un consejero en los pasillos del parlamento y te concedían o negaban unas declaraciones con el lenguaje articulado propio de un ser humano. Ahota los directores generales y los mismos diputados son semidioses a menudo ágrafos a los que nadie debe osar molestar, y en caso contrario, dirígete con cuestionario previo a su gabinete de comunicación de nueve a tres de la tarde. La sensación de derrota histórica y personal empieza a calar en los huesos. Ni tú ni el país tienen remedio. Quizás ha llegado el momento de salir de vez en cuando de la opinión, como de un cuarto con una atmósfera demasiada cargada o de una cocina excesivamente cercana a los retretes. ¿Es un buen momento hacerlo en un año preelectoral? Sí, definitivamente es un buen momento. En lugar de la ordalía de la opinón, como pedía el maestro Pla, más memoria, más observación, más descripción, una buena descripción de la puerta pintada de verde y así, tal vez, podramos abrirla y encontrar una manera de entrar en el futuro.

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