La Provincia - Diario de Las Palmas

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El revés y el derecho

Ahí estaré, con mi papel al lado

Al principio de todo, cuando aun no había escrito para los periódicos, escribía en los libros de asentamientos de deudas e ingresos que tenía mi padre en el cuarto en el que mi hermano Paco guardaba las herramientas de lo que decidió que sería su vida, la mecánica. Los cuadernos olían a grasa, era el olor que mi hermano decidió que iba a ser el olor de su vida cuando, al volver de la escuela, aun un adolescente, metió los libros en el armario grande que mi madre tenía en el cuarto de los padres, y exclamó: «¡A la mecánica!» Era su vocación y ha sido su vida, hasta ahora, cuando su relación con la mecánica está ya jubilada, aunque sigue mirando a los coches, y a los camiones, como obras de arte a las que cuida con el esmero del muchacho mecánico que fue en seguida.

En ese cuarto de herramientas había unos cuadernos de debe y haber que nunca se usaron para nada, pues mi padre llevaba las cuentas en la cabeza, si acaso, ya que entonces ganar o perder no era la cuestión. La cuestión era sobrevivir. Como es natural, todas las hojas estaban en blanco, manchadas solo por las tintas de imprenta de este tipo de cuadernos comerciales. Pues en esos cuadernos comerciales escribía yo crónicas que nunca se publicaron, versos que resultaban inservibles, copiados de poemas que sí eran interesantes, como el If de Rudyard Kipling que después copié, a mano, en la pared que ampara la puerta de la casa y que mi madre me ordenó borrar, algo que hice con la uña, de modo que aun están ahí las huellas de aquel bolígrafo Bic.

Esos cuadernos que olían a grasa de los camiones se convirtieron, pues, en mis primeros escritorios, así que los recuerdos como si ahora mismo los estuviera usando. Es curioso: yo no había pensado en ello, sino ahora que lo escribo. Hace unos días, en Madrid, antes de volver (una vez más) al sótano en el que ahora escribo en El Médano, Tenerife, decidí tomar notas (para mis entrevistas, para estos artículos, sobre los libros que voy leyendo) en un cuaderno medianamente usado que fue un calendario de 2020, en lo alto de la pandemia. En aquel momento, cuando lo arranqué de una resma de deshechos que había en la casa, no sentí que ese dietario de tapas rojas, amarrado con una cinta que lo aísla del uso cotidiano para convertirse en una especie de cofre, era precisamente de 2020, en lo alto de la pandemia. Hay en algunos días de enero y febrero unas notas sobre citas que debía cumplir en Madrid, así como unos recados que me hacía a mi mismo, y después las páginas están intonsas, sometidas al silencio y al miedo, y al encierro, que constituyeron los días, las semanas, ¡los años!, del confinamiento. Esos papeles juntos por el calendario de los días, los meses y luego los años, eran como sarcófagos de una memoria que en algún momento parecía la de un tiempo apagándose.

Ese cuaderno rojo que reflejaba el silencio que nos ha precedido, y que aún se llama pandemia, es ahora como aquellos libros de debe y haber que yo le robaba a mi padre, quien, por otra parte, jamás se sintió impelido a usarlos, pues a él le importaban las cuatro reglas, confió en quienes las sabían y generalmente se sintió engañado, pero nunca lo decía. En el cuaderno rojo, de momento, he tomado notas para la presentación que hice en la Librería Juan Rulfo, de Madrid, del muy hermoso libro que, sobre la vida y la obra de Gabriel García Márquez, ha preparado el estudioso tinerfeño Álvaro Santana, unas notas sobre el libro del escritor andaluz Felipe Benítez Reyes acerca de los poemas y las prosas de su amigo (nuestro amigo) José Manuel Caballero Bonald, y un apunte sobre lo que podría ser este texto que ahora mismo les estoy redactando dentro de una serie que he querido que sea un homenaje al periodismo como oficio.

Y lo cierto es que tanto ese cúmulo de notas, como su soporte, el papel, igual que los artículos que ya llevo escritos en este prontuario que me publican semanalmente los dos periódicos en los que empecé a desempeñar en serio este oficio, LA PROVINCIA y EL DÍA, o viceversa, es un homenaje tanto al oficio como al papel, aquel papel de mis primeros años de periodista inédito, y este papel de ahora, al papel que se guarda en todos los rincones de mi casa y de mi vida, y al primer papel de mis crónicas publicadas en el semanario deportivo Aire Libre, para el que hice poesía y fútbol.

Aquellos papeles de prensa, los primitivos, los guardaba mi madre con el mimo propio de quien te quiere. Lo hizo con tanto esmero, con tanta unción maternal, que decidió guardarlos en el sótano, donde mi padre hacía que reposara el vino que cultivaba en Santa Úrsula. Pasado el tiempo, cuando yo ya no escribía sólo de fútbol o de poesía, le pedí a mi madre que me dejara ver aquellos recortes. Bajó al sótano, arrastrando las cholas de andar por la casa, y regresó con esta noticia: «Se los han comido los ratones».

Eran de papel, próximos al apetito de los roedores. De ahí debe venir, desde hace años, mi manía de guardar todo lo que escribo, y muchísimo de lo que escriben otros, seguramente para que un día se lo coman los ratones del tiempo. O, y este es verdaderamente el propósito de guardar tanto papel, para rendir homenaje al papel, ese amigo de la escritura al que decretaron la muerte en torno a 1995. Esa muerte no se ha producido, ya lo ven quienes me lean ahora lo escrito sobre papel, desafiando el lugar común según el cual ya esto es reliquia. Unos profesores alemanes predijeron que esa muerte del papel ocurriría para los periódicos en 2023, ahora tan cercano, en la Feria del Libro de Francfort se dijo antes, en 1996, que dejarían de existir ya los libros como los conocemos. Es evidente que las campanas tocan para que los diarios, y las revistas, dejen de ser de papel, pero ahí están, resistiendo, y es más que evidente que los libros están aplaudiendo con las orejas las cabañuelas de los que tocaban a muerto.

Al llegar ahora a Tenerife, al sur de mis antiguos amores, en recuerdo de tantos años de papel, después de haber comprobado en el avión que todos los que leían en el avión, casi todos jóvenes, leían libros de papel, entré en la librería Damián del Médano, y le pedí a quien tan amablemente atiende allí, un cuaderno de papel, ella me lo alcanzó desde una pila y aquí lo tengo. La marca es BLOC A4. La primera nota que tomé, para este artículo que acabo de escribir, dice: El papel, sobre todo. Ah, y una cita que debo recordar para la entrevista que tengo que hacerle este mediodía de sábado a Carolina Bello, autora uruguaya, descendiente de isleños, que ha escrito un libro que para mi ya es memorable: El resto del mundo rima. Y lo que avisa de la cita dice, a lápiz, para que no me olvide de los malditos horarios: «Uruguay a las 10. Tenerife a las 14». Ahí estaré, con mi papel al lado.

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