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Observatorio

Cuidadores del territorio

Aestas alturas de este tórrido verano, los negacionistas del cambio climático han chocado con la cruda realidad: las olas de calor a repetición y los incendios que las acompañan, así en España como en el conjunto de Europa, les han dejado sin argumentos. Los desajustes climáticos y sus consecuencias están haciendo buenas las peores previsiones. Después vendrán las gotas frías y las inundaciones, las sequías y las nevadas intensivas y extensivas... Y, todo ello, con el factor añadido de la crisis energética desatada por la guerra de Ucrania.

Cuidadores del territorio

Desde la óptica del análisis macroambiental, se impone acelerar los ritmos de la implantación de las energías alternativas, replantearse la política forestal y la lucha contra los incendios, los planes hidrológicos y la agricultura extensiva de regadío en zonas en las que ya escasea el agua de boca. Es urgente, en suma, incluir los imperativos del cambio climático y de la transición energética como factor transversal de todas las políticas, en el plano local, autonómico, estatal y europeo, con independencia de los gobiernos de turno y las mayorías políticas que los sustenten.

Me he limitado, hasta aquí, a apuntar las coordenadas desde las que abordar la urgencia climática. Doctores hay en la materia que podrían completar con cifras y datos los retos a los que nos enfrentamos. Quisiera añadir, sin embargo, una perspectiva micro que a menudo no está presente en los grandes análisis: la necesidad de revalorizar el papel de los habitantes del mundo rural, es decir, de los ancestrales cuidadores del territorio. Se trata de una función clave que está sufriendo un paulatino retroceso como resultado de la despoblación y del fenómeno de la llamada España vaciada. La naturaleza que conocemos es una naturaleza humanizada: desde los prados de los valles del Pirineo a los arrozales del delta del Ebro.

Nuestros ríos son ríos trabajadores y trabajados; no solo por la agricultura, los viejos molinos o las nuevas centrales hidráulicas, sino también por la industria, como es el caso paradigmático de las colonias textiles del Ter, el Llobregat y sus afluentes. Sí, como nos recuerda George Steiner en La idea de Europa, existe una relación fundamental entre los europeos y su paisaje: «De una manera metafórica, pero también material, este paisaje ha estado modelado, humanizado, por pies y manos». «Las distancias son a escala humana, el viajero las puede recorrer a pie (…). Los puertos de montaña tienen refugios de la misma manera que los parques tienen bancos», nos recuerda.

Sí, la singularidad del paisaje europeo es que se ha ido definiendo no tanto por el paso del tiempo geológico como por la huella del transcurrir del tiempo humano. Desde esta perspectiva, la regresión de muchas de las tareas del mundo rural tiene un notable impacto ambiental: la desaparición de cultivos tradicionales que actuaban de cortafuegos y que ahora han sido colonizados por los bosques, los pastores que se baten en retirada por la reimplantación del oso, los apicultores que constatan que sus abejas son menos importantes que las colonias de abejarucos; por no hablar de la extinción de oficios como el de los carboneros y los leñadores locales.

Los incendios forestales, en este contexto, son aleccionadores: en las laderas de las montañas quemadas resurgen los viejos márgenes o muros de piedra seca, es decir, el testimonio de los antiguos cultivos que albergaban. Estos márgenes de piedra, como nos recuerda Lluís Foix en La marinada sempre arriba, «vienen a ser como las catedrales de los pobres». «Los márgenes son los grandes templos de secano. Están tan bien hechos que han superado el olvido del tiempo, y proclaman dentro de bosques y tierras muertas que un día alguien les dedicó muchas horas, con frío y calor, lluvia y sol, para conseguir que se puedan considerar piezas artesanales gigantescas».

Aún es tiempo de reintroducir estas políticas micro en favor de nuestros cuidadores del territorio. Se trata, en primer lugar, de una política de gestos y de respeto: saber escucharles y aprender de una experiencia transmitida de generación en generación. Y se trata también de reorientar la Política Agraria Común (PAC), uno de los pilares del presupuesto de la UE, para que no subvencione solo determinados cultivos, sino para que sea también un instrumento de fomento de las personas del mundo rural como cuidadores del territorio.

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