La Provincia - Diario de Las Palmas

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El revés y el derecho

El fútbol y las obligaciones del periodismo

Escribo bajo el impacto del último atentado contra la libertad de escribir (contra la libertad, exactamente) habido en el mundo, esta vez en Nueva York, contra el escritor Salman Rushdie, autor de Los versos satánicos y de otros libros, entre ellos algunos infantiles, o sobre los niños, verdaderamente conmovedores. Su literatura es un testimonio sobre el mundo que vivimos, y ese en concreto, Los versos satánicos, plantea una cuestión grave de nuestro tiempo: ¿puede la religión revertir la palabra libertad para hacerla, como ocurrió en Occidente con la Inquisición, rehén de las distintas obligaciones que mandan las diversas religiones?.

El ejemplo de que el fanatismo no cesa y acecha en cualquier parte es este intento de asesinato porque un autor, una vez, usó de su libertad para denunciar las verdades eternas como raíz de cualquier tipo de dictadura, entre ellas la dictadura religiosa. Conocí a Rushdie, tuve con él una muy bella conversación en la sede de la Comunidad de Madrid, con motivo de la Noche de los Libros de hace unos años, y ahora he rememorado la impresión que tuve en ese momento.

Es un hombre simpático al que lo traicionan la fama y los ojos. En cuanto a este último extremo, no es una boutade esto que digo: es que su manera de levantar la ceja de uno de sus dos ojos lo hace parecer arrogante y displicente, y lo será, según dicen quienes lo conocen mejor, pero lo cierto es que esa caída de ojo lo hace parecer aun más distante, como si no te estuviera mirando. Doy fe de que en aquellas horas que compartimos hablando y despidiéndonos Rushdie fue el más amable de los seres humanos que se dedican a la escritura que yo haya conocido nunca en el ejercicio de mi trabajo. Le deseo ahora y siempre la vida.

Ese impacto alivia todas las noticias, pero no quiero que se me pase la semana, esta semana que acaba con noticias tan grises de la vida, sin referirme a la aparición de un libro realmente magnífico, insólito, publicado por un periodista al que conozco desde su adolescencia, perpetuamente dedicado a saber de todo, y sobre todo de fútbol. Se trata de Luis Padilla, al que vi crecer en casa de sus padres, Julia de Felipe y Antonio Abad Padilla, este último ya lamentablemente fallecido y que hubiera estado muy orgulloso de que su hijo diera a la luz esta declaración de pasión por la historia ya centenaria del Club Deportivo Tenerife, que este último lunes celebró en Santa Cruz esa redonda efemérides. Esta obra, llena de recuerdos de la historia del equipo, gracias a la colección inmensa que Juan Galarza, el editor, ha ido haciendo a lo largo de más de treinta años, es mucho más que un libro sobre fútbol.

En realidad, el fútbol es mucho más que lo que parece obvio: once contra once se disputan un balón a ver quién lo conduce con éxito a portería. El fútbol no es, tampoco, tan solo una pasión en la que supuestos energúmenos quieren a toda costa que ganen los suyos. Siendo, naturalmente, todo eso, el fútbol es también solidaridad y juego, y también ejercicio y arte, y además una expresión gloriosa de una ambición: que los hombres (y las mujeres: el fútbol se ha abierto a ellas, con éxito, naturalmente, y ya era hora) busquen, a través del juego, maneras de juntarse y de entenderse, para ganar, para perder y para aprender a que los dos impostores, el éxito y el fracaso, como escribió Rudyard Kipling, no sean la única disyuntiva de la trama.

Este libro de Luis Padilla, que naturalmente aborda el más llamativo de los sucesos del fútbol practicado en las islas, la riña UD Las Palmas /CD Tenerife, es sobre el fútbol y su historia, en la vertiente más noble que tiene la crónica periodística: no dejar que el fanatismo que puedan albergar las gradas se traslade a la pluma, a las páginas e incluso a las fotografías. Interesados de las dos islas, y de todas las islas, en saber qué ha sido (y que es) ese pleito en particular, encontrarán en el modo de narrar de Luis Padilla una relación pausada, generosa, de las posturas que unos y otros han tenido a la hora de plantear los partidos, de ganarlos, de perderlos y de empatarlos.

Del mismo modo, al abordar un protagonismo, el periodístico, que ha tenido también la historia de esas confrontaciones en concreto, igual que ha hecho con todo lo demás que acoge esta obra, Padilla ha tenido deferencias para los de un lado y los del otro del archipiélago periodístico. Y ha habido extraordinarios ejemplos de esa liga periodística, que para mi protagonizan, desde distintas perspectivas, dos grandes tan distintos: Antonio Lemus y Tinerfe.

Ese símbolo mayor, el más vistoso, de nuestras riñas se salda aquí con la alegría de contar, con la minuciosa manera de referirse a los hechos de este periodista singular, pues no es común que alguien tan dedicado a este deporte, y en este tiempo, no caiga en la tentación de buscar culpables hasta de los córners o de las distintas maneras de usar el silbato. No cabe duda de que el fútbol es una historia polémica, en la que lo primero que ocurre es que el otro (el que para nosotros es el otro) tuvo la culpa o no se mereció la victoria. En el medio está la virtud. Ni el nuestro es el mejor ni el otro merece nuestro desprecio. En el medio, como en periodismo, efectivamente está la virtud. Como en el periodismo y como en la vida, pues por otra parte el periodismo debe ser, naturalmente, el reflejo exacto de la vida.

Ojalá que, dentro de algunos años, cuando sea el centenario, para el que faltan algunas décadas, este libro tenga su réplica de la Unión Deportiva, que con tanto arrojo ha irrumpido en fases gloriosas de su historia. En el acto principal, al que me invitó el Tenerife a través de Milagros Luis Brito, mi querida paisana portuense, vi a futbolistas que jugaron allá y acá, defendiendo sucesivamente colores distintos, como el gran José Juan y el gran Manolo López, el gato de Arucas, los escuché hablar, intercambiar historias, estuve con el utillero más legendario del club tinerfeño, Figueroa, del que Jorge Valdano, que fue su jefe de leyenda, dice que «es un ídolo», vi al presidente Miguel Concepción encomendando al respeto al fútbol el porvenir de cualquier diatriba local entre islas, y me sentí parte de quienes agasajaron a un lado y al otro de las islas del fútbol, pues sin ambas maneras de jugar, la amarilla y la blanquiazul, no se entiende la historia que ha dado nombres propios como, en el pasado, Luis Molowny o, en el presente, Pedri, con cuyo padre, Fernando, celebramos en Tegueste futboleros tan ilustres como Salvador García Llanos y Alfredo Relaño (acaso el mejor escritor de fútbol que conozca la reciente historia de España) la alegría de que Luis Padilla escribiera un libro como este.

El fútbol es comunicación y alegría. Esta, como este fin de semana, la tuerce el fanatismo, que en fútbol también abunda, por cierto. Obras como la que queda glosada es un antídoto contra los que quieran hacer de la historia un arma arrojadiza, un ejemplo de como el periodismo puede tener la tentación de hacer de un juego una riña y el espejo oscuro de un pleito.

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