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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

La Mareta: «No molestar»

No sé si los estetas de Moncloa tenían calculado que las vacaciones de Pedro Sánchez en La Mareta podían coincidir con un oleada de 500 migrantes en aguas de Lanzarote. Las vacaciones virreinales del presidente en la tierra de César Manrique no son, precisamente, una exploración a lo largo y ancho de la Isla para conocer el hábitat y la gente del lugar. Más bien son el encierro y el descanso del guerrero, una especie de parada técnica bajo el paraguas del aislamiento y los privilegios de la privacidad, su escudo para evitar cualquier contacto social más allá del que graciosamente concedió a los funcionarios del Cabildo lanzaroteño con motivo de su entrevista con Torres. Bajo tal coraza, me pregunto si alguien de su gabinete le importunó en su relax sultánico con la noticia de que la ínsula y su exiguo servicio de emergencia vivía el momento dramático del rescate masivo de cientos de migrantes. Imagino que Anselmo Pestana, delegado del Gobierno en Canarias, le habrá puesto al día, aunque nunca se sabe hasta dónde abarca la orden de «no molestar». Sea así o no, Sánchez no ha pestañeado, es decir, la verja no se abrió para que el presidente y su comitiva mostrara cierta sensibilidad con los migrantes rescatados pese a las consecuencias: una niña desaparecida, un niño en estado crítico tras el salvamento de hombres, mujeres y menores sin aliento.

No estaba en lo planes vacacionales ni iba en el pack de las gafas de bucear y las mudas de bermudas. ¿Valía la pena romper el protocolo de la privacidad ante una situación en la que están en juego vidas humanas? A la vista del no va conmigo de Sánchez, lógico es que el presidente Torres saliese a reclamar a la Unión Europea para atender dignamente a los migrantes que alcanzan las costas canarias. Evitar, entendemos, un puerto de Arguineguin II con personas hacinadas en espacios insalubres o deambulando sin rumbo por las cunetas sin ningún tipo de tutela.

Resulta loable la preocupación de Madrid por la crisis migratoria de Ceuta, así como sus esfuerzos diplomáticos para convencer al reino de Marruecos de la ineficacia de sus métodos represivos, fatídicos para tantas vidas humanas. A la vista está, con el presidente en Lanzarote, que Canarias no está a salvo de una crisis migratoria agravada por las perturbaciones que en la ayuda humanitaria de alimentos está provocando en el conflicto de Ucrania, y por los efectos del cambio climático en el continente africano. El Archipiélago no puede estar sujeto a la improvisación, a salir del paso de cualquier manera, sin la infraestructura necesaria para abordar los rescates y para una asistencia humanitaria que no nos avergüence. Es un discurso hasta cansino, pero hay que repetirlo hasta la saciedad, porque es evidente que no recibimos ni por Madrid ni por Bruselas el tratamiento que nos corresponde por ser un territorio receptor de migrantes y siempre en riesgo de sufrir un éxodo. La única manera de salir al paso de los embates de la xenofobia o del rechazo social es con un eficaz modelo de acogida, y con una diplomacia donde concesiones como la del Sáhara no sean a cambio de nada o de secretos que podrían afectar al futuro de Canarias.

La fontanería de Moncloa marca en la agenda la prioridad. Tocaba el tema del transporte urbano y la subvención; está previsto La Palma y la evolución de los afectados por la erupción volcánica, y de ninguna manera estaba en el horizonte volver a marear las pipas del melón de la migración. Ni la oleada de migrantes en aguas cercanas a La Mareta ha provocado que Sánchez perdiese su compostura de mandatario en su residencia de veraneo para mostrar una pizca de afectación. Así se van creando las condiciones para perder la noción de la realidad, y lo que hay fuera es muy duro.

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