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Observatorio

El mundo en llamas

El verano de 2022 será recordado, probablemente, como uno de los más calurosos y tensionados de los últimos años. Caluroso, ya dicen los expertos en la materia que este es uno de los veranos más frescos que viviremos. Los estragos del cambio climático se muestran de manera cada vez más virulenta, las temperaturas suben hasta números nunca antes vistos, las olas de calor se han convertido en la normalidad y no en la excepción, los incendios se propagan, la sequía aumenta y así se podrían continuar enumerando un sinfín de tragedias ante las que parece no haber una reacción lo suficientemente importante como para revertirlas. Además, continuamos transitando una pandemia mundial, la del covid-19, aunque algunos ya la den por concluida, a la que se ha sumado en fechas recientes una nueva alerta sanitaria, la conocida como viruela del mono.

Y todo lo anterior se suma a un contexto internacional que cada día que pasa se torna más y más inestable y abre a su paso un cortejo eterno de nuevas incertidumbres. De este modo, si comenzábamos este año con unas expectativas optimistas en relación a los procesos de recuperación económica y social, tras los momentos más duros de la pandemia, llegamos a la segunda mitad del año con una guerra abierta en territorio europeo que ha profundizado las debilidades del sistema, ya puestas en evidencia con el comienzo de la pandemia. Así, si por algo se caracteriza la guerra que se desarrolla a estas horas en Ucrania es por el impacto que está teniendo en el ámbito internacional, precisamente por ser una guerra proxy de dos grandes potencias militares y, parece, que un aperitivo en el proceso de desacople global hacia el que avanzamos de manera inextricable desde hace ya algún tiempo.

Si el primer capítulo del enfrentamiento entre bloques lo vivimos desde febrero de este año, el segundo capítulo de la saga y potencial punto de inflexión ha sido la visita de Nancy Pelosi a Taiwán, acompañado de una inmediata reacción del Gobierno de Pekín en términos militares, pero sobre todo en áreas de cooperación política y económica, tales como el cambio climático o la política antiterrorista, por mencionar dos de los mas relevantes. Desde luego, la manera en que la segunda autoridad norteamericana ha actuado en esta ocasión está muy lejos de ser ejemplar, en un momento de alta tensión política tras la invasión rusa de Ucrania y la cumbre de la OTAN, donde ya se plasmó explícitamente la categoría de rival sistémico otorgado a China.

Pero, además, en el caso de Ucrania las derivadas económicas provocan que tenga un impacto más allá de la región. De este modo, la guerra convencional que vivimos en Ucrania también se ha transformado en una guerra no solo en materia de seguridad y defensa. Involucra también a la cuestión energética, donde se buscan de manera desesperada alternativas a los hidrocarburos rusos, ralentizando los procesos de transición verde y recuperando fuentes de energía de las que se preveía prescindir, como son la nuclear y el carbón. Pero, además, en esta suerte de muñecas rusas, el impacto en la economía global se ha hecho más que evidente, desde la ruptura de las cadenas de suministros, ya muy tocadas por la pandemia del covid-19, hasta la enorme crisis alimentaria por la que pasan, especialmente, los países africanos, ante la escasez del grano procedente de Ucrania y Rusia.

Y con estos mimbres llegamos al verano, donde tampoco han parado de suceder acontecimientos cuando menos inquietantes. De algunos de ellos, como la crisis política que atraviesa Italia y que ha llevado a una (nueva) convocatoria electoral tendremos la solución en septiembre y entonces veremos si efectivamente la extrema derecha, apoyada o no, por Putin, consigue hacerse con las riendas del Gobierno en el Palacio del Quirinal. De otros como Kosovo, Nagorno-Karabaj, Palestina o Sáhara, todavía será necesario esperar, y probablemente, bastante tiempo. Ya se sabe que allá donde no hay peligro de expansión del conflicto la prioridad de resolución es siempre menor.

Así, entre los calores de la canícula acentuados por el cambio climático, los sobresaltos bélicos cada 48 horas y la incertidumbre de cómo enfrentaremos la llegada del otoño transcurren los días de agosto. Estén atentos, a buen seguro habrá novedades cuando menos se lo esperen.

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