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Reflexiones atolondradas

El triunfo del chonismo

Andan todos como locos con la Rosalía. Saben a quién me refiero, ¿verdad? La cantante catalana, charnega, que dirían algunos, término algo despectivo que define a los hijos de tantos andaluces que se fueron a trabajar a Cataluña allá por los sesenta del pasado siglo y que yo emplearía sin ánimo de ofender y excepcionalmente en este caso, para entender las persistentes influencias flamencas en la mayoría de sus temas. Morena. Guapetona, ella. Voluptuosa. Y con una voz muy dulce algo discordante con su propuesta musical y un poquito demasiado monocorde para mi gusto. De ahí la trasgresión, supongo. Ya caen, ¿a que sí?

Pues está muy de moda, la Rosalía. Tanto, que te la encuentras en todas las portadas que importan, las entregas de premios importantes, los late night y los no tan late, y hasta en las películas de Almodóvar, que es un sabueso para detectar el talento y se apunta a un bombardeo. Hasta en la sopa, vamos. Y a mí, que me parece estupendo que la gente talentosa triunfe y sea reconocida, en el caso de esta chica, qué quieren que les diga, me rasca un poco.

Que no digo yo que mi dificultad para que me entren sus temas machacones, de vocalización incomprensible y plagados de jerga de barrio que se me escapa por completo, no sea debida a mi falta de juventud. Soy perfectamente consciente de ello. Pero lo que realmente me chirría es la permanente oda al chonismo de su repertorio y su estilo: los brillorios excesivos, los celos y las puñaladas, las licras y plataformas, las bandas, la bisutería tamaño XL… Se hacen una idea.

Ya me explotó la cabeza, que imagino que es precisamente la reacción que quiere provocar en el público, al ver en los videos de sus anteriores éxitos los chándales, los tatuajes con motivos religiosos, las moteras de uñas kilométricas, los camiones, los deportivos tuneados, las armas, la sangre. La lista de tópicos macarras de sus letras ininteligibles es interminable. Pero es que el último éxito, ese tan esperado por seguidores incondicionales y detractores, ya es de traca: un día de playa de la cantante, pero que bien podría serlo de cualquier español de clase media. O sea, de esos de tinto de verano y cañitas bien fresquitas, mesita plegable, sillas reclinables y sombrilla, croquetas y tortilla, protector solar y dominó, o palas, o pelota promocional, o patinete, y un largo etcétera por todos, o la mayoría, conocido.

Y a ver, Rosalía, bonita, ¿era necesario? Ya tenemos doble ración de mundo real cada día. De hijos problemáticos que nos resultan imposibles de gestionar, y menos aún cuando llegamos a cada derrengados de deslomarnos en un trabajo de mierda para poder comprarles el último modelo de consola o el móvil de nueva generación. De veraneos a no demasiados kilómetros de casa, en playas abarrotadas o campings casposos. De tedio y rutina. De lo mismo de siempre. ¿De verdad hace falta que nos lo recuerdes en tus videos, destinados a convertirse de manera inmediata en objeto de culto para todos los que se supone que deberán pagarnos las pensiones dentro de unos pocos años? Ya te vale, bonita. A ver si se te pega algo de las Kardasian y empiezas a regalarnos chonismo con algo más de glamour y das un ejemplo un poquito, sólo un poquito mejor. Tra, tra.

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